Cuando yo era una niña, nadie hablaba de acoso escolar. Nadie ponía nombre al hecho de burlarse de una niña o un niño por ser gordo, llevar gafas, o ser cualquier cosa que le hiciera diferente, o, simplemente, por haberle entrado por el ojo a algún abusón o abusona. Y, al no ponerle nombre, no le ponían remedio. Porque lo que no se nombra, no existe.

Hoy sabemos qué es el acoso escolar, o el bullying, en su versión anglosajona. De hecho, esta semana se conmemoraba el día en contra de esa tortura cotidiana que sufren tantas criaturas, muchas de ellas en silencio.

Como decía antes, cuando yo era una niña, nadie hablaba de ello. Lo que ocurría en el colegio se quedaba en el colegio y, con la manida frase “son cosas de niños” se despachaban si alguien osaba plantearlo como un problema. Así que nadie lo planteaba, porque hacerlo era todavía peor. Denunciarlo sumaba a las víctimas la etiqueta de “chivatas”, lo que empeoraba, si cabe, su situación.

Recuerdo, en plena adolescencia, haber llegado a copiar en un examen, sacando una “chuleta” a pesar de que me sabía la lección al dedillo

Si echamos la vista atrás, la mayoría de nosotros respiraremos hondo diciendo que jamás contribuimos a hacer la vida imposible a nadie. Y puede que no lo hiciéramos conscientemente, pero seguro que alguna vez hemos formado parte de esa masa que, simplemente por un momento de risas, destrozaba a otra niña u a otro niño. O, al menos, no nos revolvíamos contra quien lo hacía. A determinadas edades, pertenecer al grupo es esencial, y no serlo te convierte en un paria.

Recuerdo, en plena adolescencia, haber llegado a copiar en un examen, sacando una “chuleta” a pesar de que me sabía la lección al dedillo. Pero el miedo a que me tildaran de “empollona” y me enviaran al ostracismo era tal, que prefería el riesgo de un suspenso injusto que el sobresaliente que podía sacar. Y es que, como decía, el grupo es el eje de la vida en ese momento, y su rechazo es la muerte en vida.

Está en nuestras manos. No minimicemos ni quitemos importancia si nos cuentan, no miremos a otro lado ni digamos que no pasa nada ni que el tiempo todo lo cura

Hoy, esas cosas tienen nombre, así que deben tener remedio. Y está en nuestras manos. No minimicemos ni quitemos importancia si nos cuentan, no miremos a otro lado. No digamos que no pasa nada, ni que el tiempo todo lo cura. Y no solo eso: señalemos al abusón, hagámosle saber que no estamos en su equipo. A veces, basta con que alguien se revuelva para que los demás se animen a seguirle.

Pensemos en cuántas vidas habrían sido distintas si alguien hubiera reaccionado a tiempo. Y, sobre todo, en cuántas pueden serlo. Y actuemos en consecuencia.