Se hace difícil asumir que tengamos normalizada la relación de amistad profunda y de hermandad entre la monarquía española y la monarquía marroquí, especialmente la que hubo entre el rey emérito, Juan Carlos I, con el rey Hassan II de Marruecos. Se hace difícil porque es vox populi que Hassan II fue un dictador, un tirano y “un hombre sangriento para su pueblo”, como ha sido calificado por numerosas voces. Que los dos reyes de países vecinos fueran tan buenos amigos chirría en la conciencia de cualquiera que tenga en cuenta que en Marruecos, tanto con el antiguo rey como con el actual, su hijo, Mohamed VI, la vulneración de los derechos humanos es intensa y sistemática.

La famosa cárcel de Tazmamart, en la que el rey marroquí recluía en condiciones terribles e infrahumanas a cualquier opositor de su régimen, y que es considerada como uno de los centros de tortura más sádico y brutal de todos los tiempos, así como un símbolo de la tiranía, la represión brutal  y la crueldad extrema contra el pueblo marroquí, sólo fue cerrada, en 1991 por la presión internacional.

Se hace también enormemente difícil asumir que los españoles llevemos décadas siendo testigos de la misma “amistad fraternal” de la monarquía española con otras monarquías árabes que no se caracterizan por su sentido democrático, sino, al contrario, por su abuso de poder y por el sometimiento y la miseria de sus pueblos. Al mismo Sha de Irán, Reza Palevi, Juan Carlos le envió en 1977 aquella famosa carta en la que le pedía 10 millones de dólares “para fortalecer la monarquía en España”.

Esa cadena de intercambio de favores y de transferencias multimillonarias de dinero se han mantenido, según algunas investigaciones, hasta el día de hoy; destacando comisiones, intermediaciones millonarias y, por supuesto, un supuesto contrato según el cual Juan Carlos I ha cobrado comisiones por cada barril de petróleo llegado de Arabia, lo cual ha sido la fuente principal, que no la única, de su lucrativo negocio, y lo que más le ha convertido en una de las mayores fortunas del mundo; lo mismo que es una de las mayores fortunas del mundo la del rey marroquí (6.000 millones de dólares, según Forbes).

Resulta realmente muy vergonzosa esa inmensa fortuna del actual rey de Marruecos, calificado por muchas voces acreditadas como un tirano de manual, en base al próspero imperio empresarial en el que ha convertido su país, y, en la misma medida, en base al sufrimiento y al abandono de un pueblo sometido y condenado a la más absoluta de las miserias. En España no estamos muy lejos de la misma paradoja, y mucho más desde que se saben los tejemanejes reales para aumentar una fortuna que no se sustenta en otro pilar que el de la impunidad y el abuso, como se ha ido saliendo a la luz en los últimos tiempos. Y es que, en el fondo, es lo natural en una institución, la monarquía, abusiva, parasitaria y medieval, que fue inventada para que una minoría parasite a la mayoría. Y es que monarquía es sinónimo de  negocio boyante, especialmente si está fundamentada, como lo están casi todas, en la corrupción y en el abuso, explícito o no, del pueblo.

Siendo así las cosas, parece muy descarada la participación del actual rey de Marruecos en la actual crisis migratoria que es, claramente, un pulso a España. Una cifra de migrantes sin precedentes llegaron a Ceuta en un solo día, más de ocho mil personas buscando refugio, situación propiciada por las fuerzas de seguridad marroquíes, supuestamente como represalia a la tensión diplomática causada por la hospitalización en nuestro país de Brahim Ghali, líder del frente Polisario. Y deja Marruecos, independientemente de cualquier cuestión diplomática o geopolítica, muy en evidencia el uso con fines políticos que hacen del sufrimiento humano. Africanos que huyen de guerras, del hambre y de la miseria como moneda de cambio de la rabieta de un monarca que es incapaz de percibir la miseria que, en buena parte, él mismo genera. Y queda también muy en evidencia el descaro y la prepotencia, durante décadas, de la monarquía española que se ha jactado de amistades y hermandades con los mayores tiranos del planeta.

Como polo opuesto a tanta mezquindad moral, se nos ha alegrado el corazón con una voluntaria, Luna, una estudiante de enfermería que abrazaba en Ceuta a un inmigrante senegalés que se echó en sus brazos sollozando y suplicando un poco de humanidad en una situación tan terrible. Luna le concedió a ese ser humano agotado, compungido y exhausto la humanidad de la que la gente sin conciencia carece. Ha sido un gesto, un gesto de compasión, de respeto y solidaridad que merece todo ser humano sensible. Pero es un gesto lleno de esperanza, de simbolismo y de significado. Es la luz de la humanidad y de la ternura en medio de la negrura del dolor, del abuso y de la hostilidad. Es la maravillosa empatía haciéndose paso en medio de la frialdad de una sociedad y de unos esquemas absolutamente psicopáticos.