La tarde del 22 de julio de 2011 quedó grabada para siempre en la memoria colectiva de todos los demócratas. En tan solo 72 minutos, el neonazi Anders Breivik provocó una masacre contra 500 jóvenes laboristas noruegos que participaban en la habitual escuela de verano de la isla de Utøya, militancia socialista que pagó caro su compromiso político. Un golpe devastador para una generación progresista. Este individuo, con ideología abiertamente fascista, sigue sin arrepentirse de aniquilar talento, presente y futuro colectivo.
14 años después de que la ultraderecha arrebatara la vida a 69 jóvenes afiliados a las juventudes del Partido Laborista, es crucial volver la mirada a la isla donde se cruzó la delicada línea entre manifestar odio y ejecutarlo. Regresar a ese momento es fundamental para recordar que ese veneno sigue propagándose en estos instantes sin control. Se expande de forma calculada a través de redes sociales y con la complicidad de un algoritmo que cojea casi siempre del pie derecho.
El fanatismo de Breivik, un ultraderechista con ideología radical e islamófoba, no difiere mucho del que hemos presenciado en julio de 2025 en las calles de Torre Pacheco. La cobarde ultraderecha financia la xenofobia, señala en las redes a sus enemigos y, por último, estimula a sus sicarios a disparar en las calles. Estos lo hacen inspirados por ese sentimiento de aversión, rechazo y antipatía a la pluralidad; una diversidad que forma parte del ADN de la España real que se niegan a aceptar.
Representantes de los discursos de odio se sientan hoy en gobiernos y parlamentos gracias a que los especialistas en desinformación inundan la conversación pública con bulos racistas. No es una novedad; se ha repetido en diferentes ocasiones en la Historia con multitud de medios de difusión. Sin embargo, es profundamente preocupante que - tras episodios tan dramáticos de discriminación y ataque a los derechos humanos - esas mentiras activen en pleno 2025 a fanáticos que vandalizan sedes de partidos políticos de izquierdas, propinan palizas a niñas y niños árabes o airean datos personales de periodistas y políticos progresistas para que tiren la toalla.
De Vox, todo es esperable; están en política para acabar con la democracia desde dentro. El drama es que esto ocurra bajo la mirada equidistante del Partido Popular. Feijóo ve en el caos y en el odio perpetrado hacia la migración una ventana de oportunidad para llegar a La Moncloa.
Detrás de los ataques, disparos o golpes, subyace una visión de mundo más pequeño y excluyente, el salvavidas de una minoría que busca mantener sus privilegios a través del terror, a través de miedo; en definitiva, generando una psicosis colectiva respecto al avance y cerrando mentes con fanatismo.
Sin embargo, es un hecho objetivo que la mayoría social se beneficia más de la diversidad y el progreso que de la uniformidad y el retroceso. Ahí sigue una generación de jóvenes socialistas, combatiendo el odio y cuidando el legado de quienes no pudieron seguir haciendo política porque les quitaron la vida.
Víctor Camino
Secretario General de Juventudes Socialistas y Diputado en el Congreso por València