Cayetana Álvarez de Toledo ha heredado el bigote desdeñoso de Aznar y va soltando lindezas de a puño que, sospecho, le aplauden mucho en la FAES. Porque en su partido han salido en tromba a corregir a la marquesita ché y a defender la libertad de los periodistas. Cayetana Molotov ha dicho con esa voz suya inapetente, cenagosa y porteña que La Sexta hace negocio erosionando los valores democráticos. Y lo ha dicho solo por concederse el placer de disparar y disparatar, puesto que la marquesita de Casa Fuerte no aportaba pruebas que sostuvieran, siquiera en la cuerda floja, sus declaraciones. Pero ya se sabe que ella está un metro setenta más allá del bien y del mal —Cayetana sufre una perpetua sobredosis de sí misma— y larga lo primero que le viene a la boca, segura de que solo en sus frases pasadas de vueltas habita la Verdad, con mayúscula ática, platónica y esnob, por supuesto. El resto, lo que cuentan los periodistas, solo son fake news, pampringadas y embustes de portera.

La enormidad proferida por Cayetana Molotov, de un amarillismo estupefaciente, no ha dejado insensible a nadie, ni siquiera al periódico de Marhuenda. Tampoco a Zarzalejos, tal vez el más lúcido y sensato articulista que tiene la derecha mediática. Cayetana ha recibido críticas por tierra, mar y aire. Pero ella ha sacudido con un desdén rubio su melena de Barbie redicha y neocon, y se ha encerrado con tres vueltas de llave en la costumbre de no dar su brazo, ni sus afirmaciones, a torcer. Que eso de la biodiversidad informativa es más aterrador que el coronavirus, se conoce. Ella prefiere la España unidimensional de Aznar y Casado, sus únicos, por cierto, valedores dentro del PP. Porque el resto de compañeros tiembla cada vez que esta señora se pone romántica frente a un micrófono.

Hay algo risible en las declaraciones de Cayetana Molotov sobre los valores democráticos. No deja de ser irónico, en efecto, que provengan de la portavoz parlamentaria de un partido para el que la democracia es, demasiado a menudo, un simple placebo. Un partido condenado por corrupción que, en cuanto intuye la posibilidad, aún picotea en la carroña ideológica y sanguinolenta del franquismo. Un partido de invierno y lodo que impuso la ley mordaza para sustituir la libertad por el temor. Un partido que en la voz de Andrea Fabra insultó a los parados. Que persigue a cómicos y tuiteros. Que se burla de quienes intentan rescatar del olvido de ortigas a sus familiares asesinados en las cunetas. Un partido, en fin, que, pretendiendo la moderación, solo ha conseguido la metástasis de sus lacras y ahora navega a la deriva sobre una patera que se hunde en un mar de lodo.

No sigo. Me marcho a coger aire puro en los versos de Ernesto Cardenal, el sacerdote nicaragüense recién fallecido que abrigaba sus ideales de un mundo mejor bajo una boina espesa y guerrillera. Una poesía humilde la suya, con olor a fray Luis de León y a patio recién regado. Y en la que las campanas no repicaban en las iglesias de los poderosos, sino en la sangre de adobe y llanto del campesino. O en el corazón sin maquillaje de Marilyn Monroe. Mucho más blanco que el de Cayetana Molotov.