Como ocurre tras la presentación de resultados de cada informe del panel internacional de expertos en cambio climático (IPCC) la reacción de la sociedad va de la incredulidad al espanto, sin asumir ninguna responsabilidad al respecto.

La opinión general sigue instalada en que son los políticos, las instituciones y las grandes corporaciones quienes deben trabajar para hacer frente a la amenaza del calentamiento global y que los ciudadanos poco podemos hacer ante un fenómeno tan grave y que está sucediendo a escala global.  

Pocos aceptan el papel protagonista que debemos asumir también nosotros, los consumidores, para cambiar el incierto rumbo que nos señala la ciencia, un rumbo con una clara tendencia a la catástrofe, para poner en marcha mecanismos individuales de respuesta que puedan contribuir a corregirlo.

¿Cómo es que aún no nos hemos implicado en un problema que nos atañe tanto? ¿Acaso esperamos que lo resuelvan los políticos y las grandes corporaciones empresariales?

Discurridos ya demasiados años de su diagnóstico, a medida que se van confirmando los peores escenarios, y ante el inmovilismo demostrado por la clase política, lo cierto es que la sociedad tampoco está respondiendo en la medida adecuada ni con la urgencia que requiere la situación: el mayor reto al que se enfrenta la humanidad.

¿Cómo es que aún no nos hemos implicado en un problema que nos atañe tanto? ¿Acaso esperamos que lo resuelvan los políticos y las grandes corporaciones empresariales? ¿Y nosotros? ¿Estamos dispuestos a cambiar de hábitos o hemos decidido que este problema nos supera y por eso no nos incumbe?

Existe la percepción social, fuertemente arraigada entre los ciudadanos españoles, que ante este importante dilema ambiental, el 90% de los encuestados por el Instituto Nacional de Estadística (INE) así lo reconocía, de nada sirve reciclar, ahorrar agua, sustituir las bombillas o cambiar de coche.

Pero ¿es esa una postura responsable o se trata de una coartada moral, una excusa para seguir con nuestros hábitos de vida y no asumir ningún cambio?

La constatación científica de que estamos viviendo un cambio climático desbocado y que el responsable es la actividad humana nos sitúa frente a una crisis socioeconómica de primer orden. Pero también ética.

Es nuestro modelo de civilización el que está más amenazado que nunca, y esta situación requiere una actuación urgente, solidaria y colectiva a partir del uso de las dos herramientas evolutivas que han conducido a la humanidad hasta nuestros tiempos: la técnica y la cultura.

Es evidente que la respuesta al calentamiento global debe ser científica y tecnológica y que la intervención de los gobiernos y las empresas es fundamental, pero la respuesta debe ser también cultural y hasta moral.

El cambio climático no requiere tan solo una reacción política y un cambio de paradigma  económico,  sino sobre todo un nuevo posicionamiento ético de la sociedad.

Sin esa reacción social, sin ese compromiso individual y sincero, no solo deberemos hacer frente a los desastres naturales derivados de un aumento de la temperatura media del planeta superior a los 2oC, sino que estaremos poniendo límite a la presencia de nuestra especie en el planeta.