La semana pasada se celebraba, como ocurre desde hace vatios años, el día mundial del beso. Quizás uno de tantos días temáticos que se amontonan sin demasiado sentido hasta llenar el calendario, o tal vez algo más.

Hay muchos tipos de besos, reales o fingidos, de compromiso o sinceros, superficiales o apasionados y, cómo no, permitidos y prohibidos. Y es a estos a los que quería referirme.

No hace tanto tiempo, besarse en la calle se consideraba escándalo público y podía dar lugar a represalias legales, además de una reprimenda de quien descubriera tamaña ofensa a la moralidad pública. Si, además, el beso era entre personas de mismo sexo, era un delito severamente castigado, como sigue siendo, por desgracia, en algunos países.

Hoy, por suerte, hemos superado aquellas cosas y en nuestra tierra la gente se puede besar tanto como quiera. Eso sí, siempre que haya consentimiento por ambas partes, que antes y ahora la conducta de forzar a alguien a besar a quien no quiere está castigada por le ley. Bien lo hemos visto en un escenario hasta hace no mucho impensable, el fútbol, en el que un beso no consentido hizo saltar por los aires cosas que se creían inamovibles.

Si el beso de Judas cambió la historia de la humanidad y fue el pistoletazo de salida de una religión como el cristianismo, hay otros besos que son un icono de muchas cosas. Como la imagen del beso que se convirtió en el símbolo del fin de la Segunda Guerra Mundial, o ese cuadro maravilloso de Klimt que tanta influencia ha tenido en artistas posteriores,

Y es que un beso puede ser algo fantástico, pero también puede ser algo repugnante. Pocas conductas son susceptibles de recorrer tan amplio espectro como el beso, dependiendo de los sujetos, las circunstancias y, por supuesto, la intención. Atrás quedaron los tiempos en robar un beso se consideraba un acto romántico merecedor de aplausos y suspiros.

Aunque también he de reconocer que cuando me hablan de besos, hay otra imagen que se me viene a la cabeza y me provoca una sonrisa: la de Mafalda protestando por los apretados besos de la tía Paca. Porque todo el mundo ha tenido una tía Paca en su vida.

Hay besos, sin embargo, que se añoran. Los de las personas que ya no tenemos aquí para dárnoslos, y los que deseamos y nunca recibimos. Por eso no hay que privarse, cuando se puede, de esta muestra de cariño. Que no tengamos que arrepentirnos de lo que pudimos hacer y no hicimos.

Así que despido estas líneas de hoy con muchos besos, aunque sean virtuales. No dejaré para mañana lo que puedo hacer hoy.