Los símbolos son importantes. Lo sabemos todos los que trabajamos con las palabras y con las imágenes, o, por ser más preciso, con las imágenes que sugieren las palabras y las ideas y conceptos que se leen en los símbolos. Por eso, que algunos estén empeñados en borrar, hacer desaparecer o no hacer visibles la bandera arcoíris, es una manifestación política de una ideología clara, fascista, homófoba y discriminadora. No me voy a andar por las ramas. Quienes hemos sufrido el insulto, la amenaza, la estigmatización o la agresión en la calle, en nuestro ámbito profesional o familiar por el hecho de ser, por nuestra orientación sexual, sabemos que en esto no hay matices posibles. Cuando un padre o un hermano te insulta, te acosa o te agrede por lo que eres, no hay tibiezas, por mucho que los jueces actúen, cuando lo hacen, con tanta compresión para los maltratadores homófobos. Cuando tu condición sexual, con las palabras marcadas, se convierte en demérito de tus capacidades laborales y profesionales, no hay lugar a dudas.

Dice el señor Santiago Abascal que no celebro el Orgullo Gay, supongo que porque soy heterosexual” y que ”muchos homosexuales que no celebran este día que no reducen su personalidad y su ser simplemente a su querencia sexual”. Lo transcribo textualmente a pesar de que su español tan español en un prodigio del anacoluto y la falta de organización sintáctica. Yo celebro el día de la Constitución y no fui uno de sus padres, pero, supongo, que tampoco es demasiado contradictorio en alguien que dice estar contra las diputaciones y las autonomías y se está matando por entrar en coalición de gobierno en todas. Por otra parte, confunde, condición sexual con “querencia sexual”, pero si es lo único en lo que está confundido no tenemos que preocuparnos por encontrárnoslo en alguna aplicación de contactos, como a algunos de esos “discretos” votantes gais suyos, muy heterosexuales, muy masculinos, muy como dios manda, de puerta a la galería y según sus estereotipos, pero que después buscan lo que buscan, donde lo buscan…Por cierto, yo soy un agnóstico metódico, pero conozco muy bien la Biblia y a algunos de los padres de la Iglesia. Hasta el propio San Agustín, luego padre de familia y uno de los Doctores de la Iglesia, habla de sus experiencias homoeróticas en sus Confesiones, en sus días de juventud en Cartago. Y acuña una frase maravillosa: ama el quod vis fac (ama y haz lo que quieras). No sé yo si, a todos estos tan creyentes homófobos se les olvida que no debieran poner en duda la omnisciente sabiduría de la obra de dios al hacernos como somos. A menos que Dios se equivocara y entonces, claro, ya no sería Omnipotente, ni omnisciente…

A rebufo de estas políticas y actitudes, que van además contra la Declaración Internacional de Derechos Humanos, está el aspirante a presidente de España y líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, cuya principal propuesta electoral es la conjugación del verbo “derogar”. Entre otras, la llamada “ley Trans”. No me sorprende cuando, durante años, el PP que le precedió, tuvo recurrida la ley del matrimonio igualitario en el Constitucional, y eso que, casi los primeros en casarse fueron algunos de sus dirigentes. Parece mentira que, los presuntos liberales de boquilla, no respeten derechos civiles reconocidos por todos los más democráticos, avanzados y referenciales organismos internacionales, y sigan siendo rehenes de morales religiosas y contrarias a cualquier realidad social y científica. Les traiciona, como a Abascal, el subconsciente, cuando deslizan términos como “tolerancia”, inapropiadamente repetido por periodistas e incluso gente del colectivo. Tolerar, según el Diccionario de la Real Academia en sus distintas acepciones es “llevar con paciencia” o, en su segunda entrada, “Permitir algo que no se tiene por lícito”. No me parece casual ni el matiz, ni el desliz. Años llevo reivindicando que abolamos en este contexto esa palabra. La ley y nuestros derechos civiles, cuando no ya el sentido común y la ética, debe hacernos exigir respeto. Respetar, y no tolerar. Yo tolero a los fascistas, los llevo con paciencia, porque soy más civilizado que ellos y quiero que se les aplique la ley, no que se les mate de una paliza como ellos han hecho con gais y trans en la calle. Hasta hace muy poco, la construcción y legitimación de determinadas identidades, como son las LGTBIQ+ han estado proscritas, y aún siguen estándolo, en la mayoría del mundo. Incluso en el llamado primer mundo, los últimos años, con el auge de los populismos de extrema derecha se ha observado, estadísticamente comprobable, un aumento de las agresiones y violencia homófobas o tránsfobas. Un setenta por ciento más de agresiones sexuales se han denunciado el año pasado, según el Instituto Nacional de Estadística. Los delitos de odio han aumentado más y el caso del asesinato de Samuel Luyz, por poner un ejemplo trágico, no deja  lugar a dudas.  En Israel, por ejemplo, donde la ciudad de Tel Aviv es un referente y un oasis en todo oriente medio para la comunidad, se han intensificado las agresiones y ataques contra la comunidad, por parte tanto de los musulmanes ortodoxos como por los judíos ultraortodoxos.  No es una broma, es ideología. La discriminación de las personas LGTBIQ+  es la misma que se ejercía en tiempos presuntamente superados, contra judíos, negros, y todos aquellos que por razón de ideología, orientación, sexo, raza, etcétera, han sido perseguidos, y criminalizados. Allá quien quiera asumir esa responsabilidad.   No hay trabajo más importante, nos lleva una vida y algunos no lo logran, que alcanzar a conocer lo que somos y asumirlo, proyectando en los demás y en el mundo lo mejor de nosotros. Esto es lo que debe llenarnos de orgullo. La bandera arcoíris es un símbolo de esa lucha y, por eso, más que nunca, allá donde unos la quiten, otros la llevaremos y la pondremos.