José María Aznar López, expresidente del Gobierno, se ha convertido en un afamado propangandista de los, a su juicio, horrores que se viven en el país. Da igual que su audiencia sean universitarios americanos despistados, que conspicuos representantes económicos o fieles entregados a su causa y su persona; sin defraudar nunca a su auditorio, lanza sus invectivas contra Zapatero, y por ende contra el Gobierno, y casi por ende, contra el país; con una dureza dialéctica digna de mejor causa.

Ni una sonrisa
No sonríe (es el Van Morrison de la política sin la genialidad irrepetible del irlandés), no se muestra humano y nunca deja de exhibir una cara de perpetuo cabreo que pude proceder de una úlcera de duodeno o de la bilis que le produce ver a un socialista ocupando la presidencia del Gobierno. Con una notable falta de empatía, lo mismo es capaz de llamar “amigo extravagante” a Gadafi, cuando los principales líderes de la UE y el presidente de EE.UU. exigen su salida inmediata del poder, que advertir al mundo sobre los inminentes riesgos de la economía española cuya solvencia pone en duda sin despeinarse con todo lo que ello comporta. Así es el hombre: duro como el pedernal y recio como el campo castellano.

Escaso patriotismo
Llama la atención, sin duda, que quienes hacen continuas apelaciones al patriotismo inviertan tan poco tiempo en aplicarse las recetas que propugnan. No se trata de que Aznar sea leal con el presidente de su país, que tampoco estaría de más habida cuenta que el cargo lo ocupó él con anterioridad, sino de que lo sea con su nación y con el conjunto de los ciudadanos. Predicando el Apocalipsis en las tribunas hace un serio daño a la sociedad española en su conjunto, porque no es un ciudadano más y sus opiniones obtienen una amplificación directamente perjudicial a su audiencia. Especialmente entre los sectores financieros que escuchan sus dudas acerca de la posibilidad real del país para hacer frente a su deuda.

Envidia foránea
No sé ustedes, pero yo siento una nada sana envidia, cuando observo como en otros lugares, singularmente en los Estados Unidos, la figura de los expresidentes cobra una especial relevancia, especialmente en situaciones de crisis. No importa quien le haya ganado a quien, ni cual es el grado de afecto en sus relaciones personales, porque a la hora de la verdad la nación americana está por encima de todo y el patriotismo bien entendido lo llevan en los genes. Republicanos y demócratas colaboran conjuntamente ante la llamada del presidente de su país y en las intervenciones que realizan, dentro y fuera de sus fronteras, siempre tienen como línea argumental de referencia la defensa de su política, su cultura y sus valores. Igual que aquí. Igualito que Aznar López, ese hombre que se viste por los pies, siempre dispuesto a despotricar contra lo de todos en la convicción de que así es mejor para él. Altura de miras, lo llaman.

Antonio San José es periodista y analista político