¿Alguien ofrece cinco mil? ¿He oído seis mil por ahí? El bigote de Aznar ha salido a subasta. Pujan por él Pablo Casado y Santiago Abascal. Mayor Oreja entreduerme con una educada modorra de lord, que para eso está en Londres. Esperanza Aguirre se mima con las yemas de los dedos la peluquería de condesa. Al fondo de la sala, Aznar aguarda.

Han pasado los años desde que abandonó la Moncloa, pero persiste algo inquietante en este hombre, como si no fuesen las dudas, sino la fe lo que lo desgastara. Las brasas negras de profeta apocalíptico en los ojos, las arrugas eremíticas, su agreste discurso neoliberal, todo esto se ha fortalecido desde que se rasuró el bigote. Y esa ausencia pilosa nos ha dado un Aznar prerrománico y como con un exceso de cara.

“Tú no te lo quites ni para hablar”, le había ordenado su tía cuando le regaló el bigote para su primera comunión. El crío no la obedeció del todo, y hoy, claro, Aznar es menos Aznar sin bigote. Sin el mostacho adusto, Aznar solo es un Josemari de tantos. Eso sí, con o sin bigote, hay dos cosas que no han cambiado desde sus inicios hasta que resucitó al tercer día de la muerte de Rajoy. La primera es que Aznar sigue siendo un señor que ha venido al mundo únicamente para resolver una duda: si es tan importante como Dios o si lo es más (la Iglesia debería actualizarse y establecer el aznarismo como el octavo pecado capital). La segunda cosa que no ha cambiado es que el expresidente continúa hablando en jitanjáforas.

He aquí las instrucciones, por si alguien quiere practicar en casa. Una vez tengas bien descuartizada una frase, recoges todos los añicos, los metes según van en la boca, hablas después como puedas y ya está. Si no te entiende nadie, eso es una jitanjáfora. Más o menos lo que también hace a veces Dolors Montserrat en el Congreso. O lo que hacía siempre el genial Mariano Ozores.

Aznar o Josemari es astuto con o sin bigote. No es, por tanto, disparatado suponer que, llegado el caso, consagre sus esfuerzos a crear una gran coalición de derechas

Precisamente porque Aznar siempre se nos ha revelado en esa lengua como de alienígena disléxico, jamás le hemos comprendido muy bien. No le entendimos cuando nos cicló la economía con el clembuterol del ladrillo para que España pareciese más grande de lo que era, ni cuando nos llevó al desierto de Irak a probar unos tirachinas con Bush y Blair, ni cuando le prometía dos o tres afluentes nuevos al Duero cada vez que iba a Tordesillas. Ni, en fin, cuando hace una semana pronunció una conferencia en Valladolid, donde, con ese hierático gangoseo suyo, fue enumerando, una a una, todas sus fiebres. Desde vituperar la ley de la Memoria Histórica a entrar con los Tercios de Flandes en Cataluña para acabar de una vez con los que él y toda la derecha española llaman golpistas. Y todo ello con los mismos aires de personaje de cantar de gesta con que salió hace años en El País Semanal, cuando Luis Magán, oh, mío señor Josemari de bigote vellido que en buena hora cinxiestes espada, lo retrató disfrazado de Cid Campeador en Castiella la gentil.

¿Diez mil ha dicho el caballero? ¿He oído doce mil? En fin, como el bigote le ha jugado muy malas pasadas a Aznar, se lo ha quitado y lo subasta ahora en Sotheby’s como una reliquia que, intuyo, no se destruirá como el cuadro juguetón de Banksy. No importa que el barbero haya condenado a Josemari a exagerar el gesto de gárgola cuando se ríe. Todo sea por remozar la cara del PP y empezar una vida nueva. O, al menos, fingirlo.

Sin bigote, Aznar es el chico vip de Casado. Y se le ve feliz en su falso papel de segundón. Porque bien sabe que él es el César Augusto del PP, un dios que se desentierra a sí mismo y vuelve para sellar la alianza con su pueblo. De ahí que, para dominarlos mejor, halague tanto a Casado como a Abascal. Les deja que pugnen y pujen por su bigote. ¿Ha dicho alguien quince mil? ¿Veinte mil? Al final, lo repartirá salomónicamente, porque Josemari aprecia a Abascal, ese especialista que suple a Casado en las escenas de riesgo, es decir, en aquellas en que toca enardecer a la jarca más ultra y culpar sin retortijones éticos a los inmigrantes, a los rojos, a las feministas, a los ecologistas, a toda esa “raza de los acusados” no solo de las calamidades presentes, sino incluso de que Cervantes perdiese un brazo en Lepanto.

Aznar o Josemari es astuto con o sin bigote. No es, por tanto, disparatado suponer que, llegado el caso, consagre sus esfuerzos a crear una gran coalición de derechas, una especie de reedición de la CEDA de Gil Robles con Rivera recitando pasajes de El regreso liberal. Si lo consigue y triunfa, estaremos un poco más cerca de Altamira. Y entonces todos hablaremos en jitanjáforas.