Aznar nunca se fue del todo de la política, salvo quizá los dos o tres primeros años después de la gran mentira del 11 M, pero sus regresos siempre habían sido puntuales, casi quirúrgicos. Sin embargo, en estos últimos meses su presencia es cada vez más frecuente y más relevante para el PP. El expresidente, que tiene un buen aparato olfativo, ha detectado el olor que emite la falta de liderazgo y ha decidido volver para demostrar que en el PP no hay otro macho como él.

De momento le ha organizado a Feijóo una manifestación, contra lo que podría hacer Sánchez si renueva su mandato, dos días antes de que el actual presidente del PP se someta a la sesión de investidura, en una clara muestra de confianza en las posibilidades del gallego para ser elegido presidente. Feijóo se ha tenido que tragar el sapo, pero ha pedido que al menos le dejen elegir el lugar del duelo, cambiando la enorme Plaza de España, como pretendía Aznar, por una mucho más fácil de llenar plaza de Felipe II.

Es cierto que todos los partidos políticos pecan de excesivas y a veces incomprensibles muestras de devoción por quienes han sido sus dirigentes, pero ninguna es tan enigmática como la que siente el PP por José María Aznar. Sólo los más jóvenes o los que tienen memoria selectiva, podrían entender la devoción del partido conservador por un ex dirigente que tiene el triste récord de ser el presidente de gobierno con más ministros y altos cargos procesados y condenados por corrupción de toda Europa.

Sólo el caso del 11M, el mayor atentado terrorista que se ha producido en el Viejo Continente, sería suficiente como para que Aznar, de tener algo de dignidad, se hubiera autoexiliado al centro de la selva amazónica. Desde el mismo día 11 de marzo de 2004, y aún ahora, no ha dejado de mentir sobre la autoría de los atentados, pese a que el caso fue resuelto de forma ejemplar por las fuerzas de seguridad que estaban a su mando y juzgado y sentenciado por el poder judicial que el PP controla desde casi siempre.

Pero el 11M no fue un caso aislado en su nefasto mandato. Con Aznar al mando del Gobierno, España apoyó una guerra que causó centenares de miles de muertos, mintiendo de nuevo a los españoles cuando dio su palabra  de que él sabía a ciencia cierta que Irak tenía armas de destrucción masiva. El mismo Aznar que presidía el Gobierno que enterró a las víctimas del Yak42 con extrema urgencia, sin respetar ni los cadáveres ni a los familiares de las víctimas, para que se dejara de hablar de la tragedia que produjo la ruindad del Ministerio de Defensa al contratar los medios de transporte de los militares españoles.

Y su pretendido milagro económico no fue más que un "pan para hoy, hambre para mañana" porque se fundamentó en la privatización de las grandes empresas públicas que proporcionaban ingentes beneficios a las arcas del estado y que fueron vendidas, según informe de 2005 del Tribunal de Cuentas, muy por debajo de su precio real. Muchas de estas empresas son de un altísimo valor estratégico y, como en el caso de Endesa, han acabado en manos de gobiernos de otros países.

Sin duda, que un personaje con semejante historial sea venerado por muchos en este país como si fuera un gran estadista, debería ser objeto de un amplio estudio psicológico. Aunque algo hay que reconocerle al machote que tuvo la valentía de colar un bolígrafo en el escote de una mujer y es que fue un adelantado a su tiempo. Sin necesidad de inteligencia artificial ha sido capaz de crear la falsa imagen de que no sólo fue un gran presidente de gobierno y un pensador de referencia sino, lo que aún es más difícil, una persona honorable.