Ahí donde la veis, con esa melenita de actriz de cine mudo, con ese exceso de ojos en la mirada, con esos labios color piruleta, con esos vestidos de cariátide, ahí donde la veis, tan formal, tan Channel, tan decentaza, ahí donde la veis, Ayuso se nos ha hecho groupie de Los Ramones y va por el mundo repartiendo palos como una especie de cojo Manteca de Chamberí. 

Por ejemplo, Ayuso encuentra un colegio sin privatizar y la emprende a patadas con el bedel o con un logaritmo de tiza que huye de la pizarra a refugiarse bajo un pupitre, junto al profesor y las gafas del primero de la clase. 

Así es como Ayuso ha conseguido que Madrid sea la comunidad que menos recursos destina a Educación. Con un par… de puntapiés pedagógicos. ¿Para qué invertir dinero en explicarles a los alumnos quién fue Per Abbat o qué supusieron las cortes de Cádiz, si para ser un buen patriota basta con oír las homilías de Carlos Herrera, amenazar de muerte al Coletas y colgar un trapo en el balcón?

Punki de derechas, Ayuso no reconoce ningún poder. Debajo de la chupa de cuero, ella lleva una camiseta con un aforismo entre disfuncional y cartesiano: “Paso de todo, luego existo”. De ahí sus difíciles relaciones con la lengua, controlada por esos fascistas de la RAE que te ordenan cómo hablar, cómo escribir y cómo callar en cursiva. He aquí un ejemplo: “Madrid es España dentro de España. ¿Qué es Madrid, sino España?” Esta matrioska verbal no la descifran ni Darío Villanueva ni Iberdrola juntos, con tantas luces como juntan entre los dos. Claro que a ella no va a venirle Nebrija a decirle cómo debe expresarse. Y menos aún Sánchez, que ha instaurado desde el Kremlin/Moncloa una dictadura que no solo nos va a romper España, sino que ya nos prohíbe colocar las preposiciones donde nos dé la gana. 

Con todo, para no extraviarse demasiado en sus galimatías de libertad, Ayuso ha aprendido a pronunciar frases breves a fin de hacerse entender por las marquesas y el Cristo de Medinaceli, que no acaba de ver las políticas reaccionarias del PP, el pobre. Se conoce que lee demasiado a Leonardo Boff y a esos teólogos de la liberación; debería oír más a nuestro cardenal Cañizares, un cura como Dios manda que, con tal de salvar los privilegios de la Iglesia, no dudaría en excomulgar a Cristo. 

El mensaje de Ayuso es unicelular, muy simple. O los socialcomunistas o ella. Esta sencillez se traduce en su lema de campaña: libertad. Lo cual sorprende en una señora tan vanidosamente de derechas, porque eso de la libertad siempre ha sido una cosa de pobres y rojazos, como las alpargatas. 

Claro que la libertad que exalta Ayuso es muy distinta de la que hablan Kant o Fromm. La libertad de ella es superior a la de estos. Es ontológica. Es el arché de los presocráticos trasplantado al Madrid del XXI. Es la libertad —y son ya 26 años de monótona y corrupta libertad del PP en Madrid— de meter la mano en los caudales públicos, de privatizar todo lo privatizable, de bajar los impuestos para beneficiar a los más ricos, de destruir la escuela y la sanidad públicas (Madrid también es la que menos invierte en Sanidad) y de entregarle, en fin, el oso y el madroño a un fondo buitre para que le coma el hígado a aquel y a este lo desmoche a conciencia. 

Desaparecidos los bolcheviques, a Ayuso le quedan los pobres. “Mantenidos y subvencionados”, piropeó el otro día a los madrileños que aguardan un mendrugo de pan en las colas del hambre. Pero eso tiene fácil solución, señora presidenta, no se apure. Eche unos granitos de Zyklon-B en las bolsas de pedir de esas gentes que nos roban el dinero y usted se cura de por vida de la aporofobia y el clasismo. “Solución final”, llamaron a ese acto de compasión ciertos señores casi tan virtuosos como usted.

Y mientras lo hace, póngase a Los Ramones —que son las consignas hiperventiladas de Miguel Ángel Rodríguez, ese Trump de Valladolid— y márchese después de cañas con Asterix y otros enfants de la patrie, pues el coronavirus se erradica con cháchara de bar y sorbitos de Mahou. Y a contar mentiras, tralará, en la barra (he aquí el top ten). 

Porque lo de Ayuso no es la gestión de Madrid. Lo de esta mujer es el aspaviento, el embuste, la soberbia, el victimismo, la ignorancia. Para ella, todo lo que no venga con el nihil obstat de El Mundo —que la sacó en portada en plan Mater Dolorosa para inspirar mejor a Murillo— es comunismo. Incluyendo, por supuesto, la justicia social. 

Se me termina el espacio. De modo que no hablaré de la gestión ayusina, que a sus simpatizantes le importa menos que las posturas e imposturas de su cheerleader. No diré, por tanto, que Ayuso no ha aprobado ni una sola ley en dos años de legislatura. Que no ha registrado un proyecto de presupuestos, lo que pone en una difícil situación a la economía de la región. No diré que ha despilfarrado el dinero público construyendo un almacén que ella llama hospital de pandemias. Que dejó morir a muchísimos ancianos en los geriátricos, al negarse a trasladarlos a los hospitales (en cambio, sí derivó humanitariamente a aquellos que tenían seguro privado). 

No diré, pues, que Madrid es la comunidad con más casos totales de coronavirus, y no porque cuente con más población (Andalucía tiene más habitantes que Ayusolandia). No diré tampoco que uno de cada tres muertos por covid está en Madrid. Que la presidenta nos entregó mascarillas defectuosas que no valían ni para ponértelas en Halloween. Que, durante el confinamiento, alimentó saludablemente a los niños de colesterol y Telepizza. 

No diré, en fin, que Madrid está a la cabeza de España en número de sanitarios contagiados y fallecidos por el virus. Y que, a pesar de haberse pasado por la horcajadura las recomendaciones de Sanidad y de haber abierto la hostelería a cambio de miles y miles de cadáveres, los datos económicos de la región son parejos a la media estatal

No, no comentaré nada de esto. Pero, por si algún socialcomunista se los saca, invito a Ayuso a desmentir los datos posando en otra portada de El Mundo. Esta vez con el gorro frigio de la libertad, Isabel, mon amour.