Los que amamos Madrid, los que hemos convertido la capital y su Comunidad en nuestra casa, los que trabajamos, vivimos y crecimos profesionalmente, e intentamos seguir haciéndolo en ella, vemos con estupefacción el lamentable espectáculo de su actual Presidenta.  Está claro que a la dirigente popular Isabel Díaz Ayuso se le apareció la virgen cuando le cayó en gracia a la expresidenta de la Comunidad de Madrid Esperanza Aguirre. Tal vez por eso las incalificables fotos, tan comentadas, con esas poses a lo Inmaculada Concepción de Murillo, que lo único que revelan es una enfermiza obsesión por el postureo, por aparentar y estar en las RRSS; una vanidad peligrosa, enemiga del bien común y de la buena gestión, como está demostrando en cada actuación y comparecencia pública. La señora Ayuso, que llegó por la carambola de llevar las redes sociales de la señora Aguirre y perpetúa su desastroso legado, va camino de hacer buena a esta, aunque con actitudes y políticas muy similares de  confrontación, de hacer del ataque perpetuo la propia defensa, de falsos agravios comparativos para ocultar la mala gestión de los problemas, y más en una crisis como ésta, en la que se está jugando las vidas y la salud de los ciudadanos madrileños.

Recordemos, ya lo hice hace algunas semanas pero los hay duros de oído, que la señora Díaz Ayuso entró en política de la mano de Pablo Casado, cuando éste era presidente de Juventudes del Partido Popular. Pronto se hizo con la confianza de Esperanza Aguirre, siendo su vicepresidente, y luego Presidente de la Comunidad, el condenado y en prisión por prevaricación y corrupción Ignacio González. Era el momento de jauja y financiación ilegal del PP, como ha esclarecido y condenado la Justicia.  En la Comunidad fue el momento de la Marea Blanca, que denunciaba la privatización de la sanidad pública madrileña, la precarización y recortes en personal, material y suministros, bajo el mantra de la “externalización”, eufemismo bajo el que se desmanteló el sector, llegando a desvergüenza como vender a amiguetes hospitales financiados con dinero público. La prueba es que mantenga al actual Consejero de Hacienda de Ayuso, el señor Javier Fernández-Lasquetty, al que, la señora Aguirre, encargó la gestión y externalizaciones de la sanidad pública madrileña que hoy adolece, precisamente por ello, de profesionales, centros de referencia, material y previsión. Rescatado para el gobierno de Ayuso, resulta escandaloso ante la supuesta preocupación de la presidenta madrileña y el señor García Egea por los funcionarios públicos sanitarios, que el consejero declare, en medio de la pandemia que sufren en primera persona los profesionales del sector,  que los profesionales de la sanidad madrileña deberían dejar de ser funcionarios”. 

 La presidenta Ayuso, que lo es gracias al trágala de Ciudadanos, acusado ahora por la regidora de no se sabe qué otra conspiración para desacreditarla por los “contratos Fake” con la cadena hotelera del empresario Kike Sarasola, y a la inmundicia democrática de Vox, frente a un Ángel Gabilondo y el PSOE de Madrid que fue el partido más votado en los últimos comicios regionales, se pregunta por qué la Comunidad no pasa a la fase uno. Se mide las legitimidades acusando al ejecutivo de Pedro Sánchez de castigar a Madrid por cuestiones políticas, cuando, hasta hace sólo unos días, la Comunidad Valenciana, del mismo color político que el gobierno,  estaba en la misma situación, prueba de que no era una cuestión arbitraria. Ayuso podría empezar por leerse el informe de su decentemente dimitida responsable del área de sanidad, Yolanda Fuentes, en los que explicitaba que la Comunidad “no estaba preparada para iniciar la desescalada”. Podría reflexionar sobre las críticas internacionales y descrédito de sus declaraciones, actitudes y gestión, de los que se hacen ecos prestigiosos diarios internacionales como el francés Liberacion, pero nada de todo esto le importa. Ni siquiera la integridad, la salud y la vida de los ciudadanos sobre las que rige. Ayuso, como en un esperpento de Valle-Inclán ha convertido su responsabilidad en una vacía puesta en escena. Un ejercicio de cinismo sobreactuado en el que sus asesores comparecientes actúan como muñecos de ventrílocuo, a través de los que ella expresa sus desvaríos y difamaciones. Incluso parece haber desarrollado la habilidad de hablar sin mover los labios, ni casi un músculo, como en los peores tiempos de Aznar, que era una esfinge con bigote parlante. De hecho el espectral presidente que nos metió en la Guerra de Irak por capricho ranchero, ha salido en admirativo elogio y defensa de Ayuso, prueba indiscutible del desvarío general del PP madrileño. Esta nueva Farsa y licencia de la Reina Castiza (Ayuso), tendría gracia si fuera un sketch de matrimoniadas de los extintos programas de José Luis Moreno.  El problema es que se está jugando el prestigio internacional de la Comunidad de Madrid, su imagen, su economía y, sobre todo, las vidas de muchas almas que viven en esa maravillosa tierra que alguno sentimos nuestra porque la vivimos, por una cuestión personalista de incapacidad, de soberbia y de infantilismo hipertrofiado. Ayuso quiere reinar en los titulares y en las redes, que es lo suyo, pero el coste está siendo pagado en vidas y el presente y futuro de una Comunidad que se ha levantado con seriedad, generosidad y esfuerzo.