Decía Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote (1914) que “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Es una sentencia que se ha convertido en paradigma del pensamiento español, lo cual es bien meritorio si tenemos en cuenta que España es un país en el que pensar no ha sido nunca, por lo general, algo bien visto. Y es que pensar y reflexionar es un peligro para los que mantienen sus privilegios seculares en base al estatismo y a la ignorancia de la gente.

Esas circunstancias de las que nos hablaba el filósofo español nos pueden ayudar a ser comprensivos con determinadas cosas, pero nunca pueden justificar determinadas otras, como la defensa de la barbarie, la crueldad, la tortura o el daño injustificado a otros, sean quienes sean. El jueves pasado el actual rey de España presidió la entrega de premios taurinos en algo que no sé muy bien lo que es y que llaman Real Maestranza de Caballería de Sevilla, una institución ligada a lo que unos llaman eufemísticamente tauromaquia y otros nombramos como lo que es: tortura y muerte con medios chulescos y violentos de un bóvido herbívoro inocente e indefenso. Pues bien, en esos lares el rey pronunció un discurso más que polémico, con unas afirmaciones que nos han dejado atónitos a más de uno y que parecen provenientes de una mente arcaica y reaccionaria.

Por un lado, el rey mezcló churras con merinas. Habló de Educación, Universidad y lo relacionó directamente con los toros, subrayando “el inmenso capital de talento y esfuerzo universitario y taurino”; y prosiguió afirmando que por ello “una nación se hace más competitiva en lo económico y en lo tecnológico, más capaz de superar dificultades y más respetada y admirada en el mundo”. Y yo me pregunto ¿qué relación tiene el ámbito universitario, que supuestamente es el centro neurálgico de la cultura y el conocimiento, o la tecnología con el hecho primario, cruel y bárbaro de matar toros indefensos? Y me pregunto si el monarca tiene conocimiento de que las corridas de toros, un espectáculo sanguinario que, como decía Rodríguez de la Fuente, es la máxima exaltación de la agresividad humana, son la mayor vergüenza de España en el mundo.

Afirmó también, en esa línea de ideas incoherentes y tan dispersas como sorprendentes, que “las corridas de toros dan cohesión a la sociedad”. ¿Es posible que el monarca piense que matar a lanzadas a un animal indefenso da cohesión a España? Mantener ese vergonzoso espectáculo sanguinario, heredado de la España más psicópata y más negra, no cohesiona nada, sino, al contrario, nos espanta a muchos ciudadanos que no queremos en modo alguno que se siga financiando con nuestro dinero un esperpento de tal calibre. A la sociedad española, como a cualquiera otra sociedad  del mundo, le cohesiona el respeto a los ciudadanos, el respeto a los derechos humanos, el respeto a la Sanidad y a la Educación públicas, el respeto a todas las culturas y las lenguas que nos enriquecen a todos, y le cohesiona el bien común, el progreso social y económico, y especialmente la evolución moral de la que estamos tan faltos y que, con ese tipo de declaraciones se sigue alejando de nuestro horizonte.

Podríamos entender que las circunstancias de las que hablaba Ortega influyan en las ideas y en las palabras del actual rey de España. Pero de ninguna manera esas circunstancias y ese cargo que ostenta justifican que se viertan unas ideas que ayudan a perpetuar la crueldad y la tortura que nos obligan a financiar a todos los españoles. Quizás sea cierta la idea de que el pan y circo, o toros y fútbol son el opio del pueblo, la anestesia que ayuda a soportar abusos y a insensibilizar a la sociedad ante la crueldad. Si normalizamos la tortura contra un animal indefenso, de algún modo también normalizamos la crueldad y el abuso contra las personas. Quizás de eso se trate, porque en este país algunos viven en la opulencia más descarada mientras algunos otros casi se mueren de hambre. Lo decía hace poco un relator de la ONU que vino a estudiar la situación social española; se quedó asombrado al comprobar que “hay lugares en España peores que los campos de refugiados”.

Sea como sea, ha quedado muy clara la ideología del monarca, y ha quedado muy claro su rechazo al progreso, al animalismo y a la lucha a favor de los derechos de los animales. A él y a todos los amantes del “toreo” les tiene que quedar también muy claro que el compromiso por parte de muchísimos españoles por acabar con ese espectáculo grotesco cada día es más serio, más convencido y más fuerte. Y no hay, ni habrá nunca, marcha atrás. Porque clamamos contra esa horrible cultura psicopática heredada, porque rechazamos el sadismo y la tortura de cualquier tipo, porque usamos nuestra voz para dar voz a los que no la tienen, y porque sabemos muy bien que no existen derechos humanos sin derechos de esos seres que también respiran, y sufren, y tienen vida. Dice el antropólogo Paul Farmer que la idea de que algunas vidas importan menos que otras es la raíz de todo lo que está mal en el mundo; y decía el gran  Eduard Punset: “No voy jamás a los toros porque tenemos el mismo ADN”, majestad.

Coral Bravo es Doctora en Filología