Prejuicios sociales hay muchos; siempre los ha habido, de hecho. Pero hay uno que es, cuando menos, sorprendente. Es ese que asegura que, en una relación entre un hombre y una mujer, que ella sea mayor que él es una anomalía. Estamos hablando de algo que sucede en pleno siglo XXI, cuando se han derribado tabúes como el de la homosexualidad y otros tantos relativos al sexo. ¿Por qué, sin embargo, se sigue considerando esto como algo excepcional y como tal se cuestiona? 

Si alguien piensa que esto ha cambiado porque ha visto tres o cuatro casos mediáticos, está muy equivocado, y no tiene más que detenerse un poco y mirar cómo esos casos son tratados en muchos medios (espejos, al fin y al cabo, de nuestra sociedad). Críticas, burlas, un cuestionamiento permanente sobre la naturaleza real de ese amor (en el caso de Macron, por ejemplo, se llegó a decir que era homosexual), como si costara entender no sólo que una mujer fuera pareja de alguien bastante más joven, sino que él además la amara.

Entiendo que si sigue ahí este tabú, en una época en la que los prejuicios morales son, por fortuna, más laxos, es porque estos han sido sustituidos por otros, ni más ni menos. Y esos nuevos prejuicios tienen que ver con el culto a la juventud y la belleza, que en estos días alcanza límites insospechados y presiona a las mujeres como jamás lo hizo antes. En el pasado, mujeres como Agatha Christie, Julia Urquidi (primera mujer de Vargas Llosa) o Dolores Ibárruri, Pasionaria, algunas de las cuales aparecen en el libro Amores contra el tiempo, al enamorarse de hombres más jóvenes que ellas tuvieron que lidiar con sociedades pacatas que gustaban de marcar a la mujer el camino a seguir. Salirse de él tenía, o solía tener, un alto precio, un coste personal que exigía de ellas, como mínimo, paciencia y fuerza. 

Me atrevo a decir, a tenor de los testimonios recogidos sobre este tema en mi blog durante varios años, que las cosas, a la postre, no han cambiado tanto. Y como los famosos son una suerte de modelos en los que mirarnos, no está de más recordar, por ejemplo, el doble rasero con que todavía se trata la diferencia de edad en la pareja según el mayor de los dos sea el hombre o la mujer. Hagan memoria: piensen en Antonio Banderas, en George Clooney, en Alec Baldwin (seré buena y no hablaré de casos extremos como el de Mick Jagger, bisabuelo y padre a la vez). Todos ellos son entre 15 y 25 años mayores que sus parejas y a todo el mundo le parece fantástico, o por lo menos no dice nada al respecto. Ahora piensen en Madonna, una mujer estupenda de 59 años, y en algunos de sus novios. El adjetivo más suave que se le suele colocar es el de vieja, mientras a menudo circulan sobre ella memes o comentarios que la ridiculizan. ¿Y por qué, si puestos a estar, está en el mismo arco de edad y está más cuidada, también, que algunos de ellos? Yo se lo digo: porque ha cometido uno de los mayores pecados de nuestra sociedad, a saber: ser mujer y cumplir años. 

El último tabú de nuestros días no tiene que ver, pues, con la moral, pero a las mujeres nos oprime tanto o más que aquella. Porque, en una época en la que casi nada se prohíbe, hay una barrera invisible que marca lo que está bien o mal para nosotras sólo en función de la edad. Y es que parece como si no gustara que tengamos vida amorosa a ciertas alturas del partido, mientras que ellos la alargan más y más (o lo pretenden al menos) aunque el cuerpo no les acompañe. Por supuesto, las mujeres podemos decidir pasar por alto este prejuicio, pero eso no quiere decir que no nos demos cuenta de que existe y de que es terriblemente injusto.