"Los apellidos no te confieren una identidad catalana o castellana. Eres catalán por el hecho de querer serlo, no por tu apellido. Mi DNI pone que nací en Extremadura pero me avergüenzo y sé que le pasa a muchos. Yo soy catalán por voluntad propia no por imposición ni por apellido".  Este tuit en castellano de @llatelodije me ha hecho pensar esta semana sobre el complejo tema de la identidad. Resulta obvio que todos los nacionalismos, como toda religión, carecen de una base racional, y que se alimentan exclusivamente de los sentimientos. Y nada más difícil de definir y de entender que un sentimiento.

No tengo el placer de conocer a quien ha escrito este singular tuit, pero por puro interés sociológico me gustaría saber de qué siente vergüenza exactamente, porque se ha escrito mucho del orgullo y muy poco de la vergüenza patria, y creo que las patrias dan motivos casi a la par para ambos sentimientos. Así que ¿le dará vergüenza haber nacido en Extremadura porque no es una zona rica, porque no le gusta el carácter de sus paisanos, el clima, la situación geográfica, el cerdo ibérico? 

De la misma manera que siento curiosidad por los motivos de su vergüenza la siento por los de su voluntarioso catalanismo. ¿Qué le hace sentirse tan a gusto con el hecho de ser de un determinado lugar? ¿Qué es ser catalán, extremeño, español o serbocroata? ¿Ser de un lugar te infiere un carácter que es común a todos los que residen en él? Si no eres como se supone que deberías ser para el lugar en el que te ha tocado nacer ¿deberías emigrar? Como estarán viendo ustedes, los que carecemos del gen del nacionalismo tenemos muchas preguntas y casi ninguna respuesta. 

Podría uno pensar que ya que parten de la misma base, los nacionalistas deberían entenderse perfectamente. Pero la historia demuestra que nada más lejos de la verdad. Como toda religión, los nacionalismos resultan antagónicos entre ellos. Quien iza una estelada siente náuseas cuando su vecino hace lo propio con una rojigualda y viceversa. A quienes los himnos y las banderas lo más que nos provocan es una condescendiente sonrisa, nos toca el complejo papel de eso que se ha dado en nombrar como equidistancia.  Una posición muy poco agradecida, reconozco que a veces un tanto paternalista, pero hoy en día completamente necesaria.