Relacionamos el calentamiento global con el deshielo de los polos. También con la subida de las temperaturas que provoca que cada vez haga más calor. Andamos preocupados por cuántos grados más podrán soportar los ecosistemas del planeta antes de desmoronarse. Pero no pensamos en otros hábitats que ya se están viniendo abajo. Literalmente. Como el caso del cráter Batagaika, en Siberia.

Un kilómetro de cráter

Este enorme cráter tiene más de un kilómetro de ancho y 85 metros de profundidad. El hundimiento del terreno está causado por el derretimiento del permafrost que forma el suelo del lugar. El inicio de esta grieta está en los años sesenta. En esa época, se realizó una tala intensiva de árboles en la zona. La falta de cobertura vegetal hizo que los rayos del sol penetrarán directamente en la tierra. El hielo que aglutinaba el terreno se derritió y comenzó a hundirse el suelo.

30 metros al año

A partir de ahí, el cráter no ha parado de crecer. Y claro, en los últimos años el ritmo se ha acelerado. Si desde los setenta, el agujero en la taiga siberiana crecía una media de 10 metros al año, en los últimos tiempos se ha incrementado hasta los 30 metros al año. Incluso ya está empezando a amenazar al valle contiguo. Los científicos son únicos para aprovechar oportunidades y tratar de ver el lado positivo de algo así. Por ejemplo, el caso de Batagaika les ha dado la oportunidad de estudiar el proceso de formación geológica de nuestro planeta en los últimos 200.000 años. Ese es el tiempo del terreno que el hundimiento del suelo está haciendo aflorar.

El calentamiento provoca más calentamiento

Así, científicos de la Universidad de Suseex, en el reino Unido, están estudiando cómo fue la interrelación de clima y procesos geológicos durante la Edad del Hielo. Cómo el enfriamiento y calentamiento del terreno configuró el paisaje. Pero más allá de eso, el caso del cráter ruso es muy grave desde varios puntos de vista. Porque el calentamiento provoca más calentamiento. Al descongelarse el permafrost, se liberan grandes cantidades de elementos orgánicos que permanecían atrapados en el hielo. La descomposición de esta materia orgánica provoca más emisiones de C02 y otros gases de efecto invernadero. Es lo que los expertos llaman “retroalimentación positiva”. Aunque de positiva no tiene nada.