Alan Weisman escribió El mundo sin nosotros (Thomas Dunne Books, 2007) a partir de una investigación y de entrevistas a expertos. Parte de una fascinante pregunta: qué le pasaría a nuestro planeta -a nuestras ciudades, a nuestras industrias, a la naturaleza- si desapareciéramos los humanos.

El ensayo indica que existen varias teorías al respecto, aunque la mayoría de ellas afirma, para nuestra tranquilidad, que es muy poco probable que nos borremos de un plumazo, en plan dinosaurios. Con todo, Weisman analiza primero el escenario urbano, donde, según sus hipótesis, se producirían algunos de los cambios más drásticos e inmediatos, ya que su dinámica es muy dependiente de la mano humana. Para el autor, los primeros cambios derivarían de la falta de gestión y saneamiento del agua, y los metros se inundarían unas 36 horas después de nuestra desaparición, según los cálculos de algunos ingenieros que se recogen en estas páginas.

Además, sin supervisión humana se producirían fallos en las refinerías de petróleo y las plantas nucleares, lo que probablemente derivaría en incendios masivos y explosiones o desastres nucleares. "Habrá un chorro de radiación si desaparecemos de repente", señala Weisman. De manera similar, a raíz de nuestra desaparición quedarían montañas de desechos, muchos de ellos plásticos que, probablemente, perdurarían durante miles de años, lo que tendría efectos en la vida silvestre.

Y esos desechos de petróleo que se derramasen o filtrasen al suelo en lugares industriales se descompondrían, y persistirían en la naturaleza las sustancias químicas que actualmente no se pueden descomponer en la naturaleza. Esa liberación de desechos contaminantes, afirma Weisman, tendría efectos dañinos en los hábitats y la vida silvestre. Pero eso no significa necesariamente, apunta el autor, una destrucción total: solo necesitamos observar el rebote de la vida silvestre en Chernóbil para comprender que la naturaleza puede ser resistente en escalas de tiempo cortas.

Pero, al tiempo que se desarrollaría esa expansión contaminante, el agua que corre bajo tierra en las ciudades corroería las estructuras metálicas que sostienen las calles, y las avenidas colapsarían, transformándose en ríos. En invierno, por el clima, las aceras se agrietarían, proporcionando nuevos nichos para que las semillas echasen raíces, alimentándose de los excrementos de las aves que sobrevolarían la zona. Los árboles echarían raíces entre los remaches de acero. Se iría acumulando material orgánico seco, como hojas y ramas. “Las calles se convertirán en pequeños pastizales", aseguraWeisman.

Durante cientos de años, a medida que los edificios sufriesen daños sostenidos por la erosión y el fuego, se degradarían. Los primeros en caer serían las estructuras modernas de vidrio y metal. Los más duraderos, agrega Weisman, serían los hechos de la propia Tierra.

Mirando más allá de los límites de la ciudad hacia las grandes extensiones de tierras agrícolas, habría una rápida recuperación de insectos, ya que la aplicación de pesticidas y otros productos químicos cesaría con la desaparición de la Humanidad. Y a la vez que la vida sonriera a los insectos, también a las plantas les iría mucho mejor. Eso, a su vez, alentaría a que más vida silvestre mudase y ganase estabilidad, propiciando un aumento de la biodiversidad.

Documania TV ha elaborado una serie de documentales a partir de la obra de Weisman, disponibles aquí.