Es difícil saber cuándo acaba la obra de Banksy. En qué momento sus acciones artísticas concluyen. Es posible, incluso, que no lo hagan jamás. Que la obra, la repercusión, el significado y el uso vaya cambiando con el tiempo por siempre.

En Gales 

Hace unos días, todos los medios del mundo informaron de la aparición de un nuevo banksy, concebido como felicitación navideña del artista de Bristol. Lo primero que llamó la atención fue su ubicación. No una céntrica calle de Londres o una fachada de Manchester. No. Banksy eligió un pueblo de Gales, el suburbio de Port Talbot. 

Allí dejó plasmada su estampa navideña. Un niño abre los brazos y saca la lengua tratando de atrapar los copos de nieve que caen. Pero en realidad los copos son ceniza que emana de un contenedor incendiado detrás del chaval. Banksy jugó con dos muros perpendiculares para componer la escena en tres dimensiones.  La elección del lugar se debió a las repercusiones de las fábricas de acero cercanas en el ambiente local. 

Capitalismo en marcha

La obra fue, por supuesto, inmediatamente vallada y protegida. Y esa es la última imagen que deja la obra, de momento. Un acto que el artista conoce y que pone una vez más en entredicho la actitud de las autoridades y de las instituciones bajo el sistema capitalista. No se hace nada para frenar la polución de las industrias locales, lo que afecta a la vida de los ciudadanos. Pero sí se pone todo el celo en proteger una obra que denuncia la situación, no porque sea un banksy, sino por su valor. Comercial, evidentemente. 

Ahí es cuando la obra, como si fuera en una pared perpendicular, adquiere una nueva dimensión.