No solo nos impide ver las estrellas. La contaminación lumínica supone una sobreexposición a la luz que, según los expertos, está vinculada con la producción o inhibición de la melatonina, la hormona inductora del sueño, que nuestro cuerpo segrega por la noche, y se regulada en función de la cantidad de fotones (luz) que llegan a la retina.

Así, la contaminación lumínica hace que nuestro cuerpo deje de producirla, y esto puede provocar insomnio, aumento en el ritmo cardíaco, daños irreversibles en la visión o estrés. Diversos estudios epidemiológicos establecieron incluso correlaciones entre los altos niveles de esta contaminación y una mayor incidencia de enfermedades. También se ha constatado que daña los ecosistemas, las plantas y los animales.

Durante los 199 días que la astronauta italiana Samantha Cristoforetti estuvo en el espacio, captó imágenes de nuestro planeta, que han servido para elaborar un mapa en color de la Tierra con el que medirán el nivel de contaminación lumínica y su impacto en la salud humana y el medio ambiente. El proyecto se llama Cities at Night –www.citiesatnight.org–, y detrás de él hay un equipo de astrónomos de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y del centro Cégep de Sherbrooke, en Canadá. En todo el mundo, España se lleva una de las palmas, solo nos supera Estados Unidos en gasto de luz, y la cosa va a peor, cada año crece un 2% en extensión y en potencia.

Para los expertos, no se trata tanto de iluminar menos como de hacerlo de forma correcta. Y según afirma un grupo internacional de expertos en un estudio publicado en la revista Leukos, de la Sociedad de Ingeniería de la Iluminación de Estados Unidos, la actual normativa que regula la contaminación lumínica en España es insuficiente: no tiene en cuenta todos los factores necesarios, entre ellos uno tan importante como la propia visión humana.

Para los investigadores, las administraciones públicas y los organismos reguladores deberían emplear luz de color blanco, en lugar de amarilla, para iluminar zonas lumínicamente protegidas (por ejemplo, las cercanas a los observatorios científicos o los parques naturales) al resultar más rentable económica y medioambientalmente. Para evitar el scattering de la luz en el cielo nocturno, la legislación de no pocos países prohíbe ya el uso de luz blanca en zonas lumínicamente protegidas.