Este miércoles continuó la emisión de la docuserie Rocío, contar la verdad para seguir viva, tras el parón de la pasada semana a petición expresa de Rocío Carrasco, que decidió dar una entrevista en directo para explicar y aclarar algunas cuestiones surgidas a raíz de los primeros siete episodios.
En el capítulo de ayer, titulado Miedo, Rociíto aborda uno de los momentos más complejos, pues aborda al detalle qué pasó el 27 de julio de 2012, cuando Rocío Flores agredió a su madre y acabó condenada por un delito de maltrato continuado.
El capítulo sufrió una modificación, concretamente, un corte de 11 minutos y 38 segundos. Fue la propia Rocío Carrasco la que lo pidió y la productora aceptó. El objetivo era proteger públicamente a Rocío Flores.
El relato de lo ocurrido comienza con el recuerdo de Rociíto de la actitud frívola que mantenía la niña cuando se encontraba con ella tras la muerte de Rocío Jurado. “Mi hija no podía darse el lujo de sentir nada bueno hacia mí. Porque sabe que en casa de su padre, que es lo que ella más quiere en el mundo, no va a ser aceptada”, espetó.
Según pasa el tiempo, Carrasco se da cuenta de que ella anímicamente no está bien. Y no es por la muerte de su madre, sino que los motivos son otros. Al parecer, el hecho de que Rocío Jurado no dejara herencia a sus nietos tensó en exceso la relación entre la protagonista y Antonio David Flores, lo que puso en una situación delicada a la niña.
Ese era el último día de cursillo de verano de Rocío Flores. El mes de agosto lo pasaría con su padre. Madre e hija se levantaron juntas para desayunar y la niña pidió tomar nectarina. Ante esto, Rocío Carrasco le pidió que desayunara ciruelas por “el problema de tu estómago”.
Y entonces ocurrió. “Yo voy a coger la nectarina que se había guardado y ella me cruza la cara de lado a lado”, contó Rocío Carrasco con la voz entrecortada. “Empieza a pegarme, pero mientras me pega ella va gritando ‘no me pegues, no me pegues, no me pegues’. Yo la miraba y la veía gritar, y se me pasó una película por toda la cabeza porque yo sabía que eso obedecía a algo que no era normal”, relata.
Su siguiente recuerdo es Fidel, dice, reanimándola y colocándole un pulsómetro. Tenía las pulsaciones en 140, Fidel le colocó un lorazepan bajo la lengua y la niña salió por la puerta.
Rocío Flores montó en el coche “sacó un teléfono móvil de no se sabe dónde y dijo: ’Papá, ya está hecho”.