Todo ocurrió en segundos: un coche, una ventana bajada, un insulto lanzado con rabia y una palabra en concreto: “vasco”. Iñaki López, periodista vasco y rostro habitual de La Sexta, lo contó en redes sociales con el tono irónico que le caracteriza, pero también con una carga de fondo que no pasó desapercibida. Andrea Ropero, su pareja y también periodista, no tardó en responder con igual contundencia.
Cuando entre los insultos que me lanzan desde un coche (siempre andan con prisa) incluyen el gentilicio “vasco”, me pregunto qué país les gustaría tener. Intuyo que sin más opinión que la suya. Pero, acaso mutilado?
— Iñaki López (@_InakiLopez_) June 24, 2025
La frase es aparentemente ligera, pero cada palabra está calculada. López no solo denuncia el insulto, sino que lo sitúa en su contexto ideológico: quienes recurren al gentilicio como arma verbal, lo hacen desde una concepción excluyente de país. No es casualidad. No es una ocurrencia aislada. Es un patrón.
La intolerancia sigue ahí, agazapada tras la bandera, bajo el escudo de lo “normal” o lo “patriótico”, pero aparece con claridad cuando la rabia se desborda: ya no se dice “independentista”, ni “nacionalista”, ni siquiera “progre”. Se dice “vasco”, como quien escupe una amenaza. Porque el gentilicio deja de ser una descripción para convertirse en una condena.
Andrea Ropero, periodista de investigación y habitual del programa La Sexta Xplica, no tardó en sumarse a la conversación, y lo hizo con el mismo tono afilado:
Al menos hoy se han ahorrado el clásico “hijos de puta”. Gentuza
— Andrea Ropero (@andrearopero) June 24, 2025
A lo que Iñaki respondió:
😆😆😆De eso nada. Lo de “vasco” siempre trae ese aliño. Por delante o por detrás. El intolerante nunca renuncia a sus clásicos.
— Iñaki López (@_InakiLopez_) June 24, 2025
Es precisamente ese “aliño” —el que acompaña el insulto— lo que delata la intencionalidad. No es un exabrupto al azar. Es la marca de una mentalidad que aún considera sospechoso al que tiene otro acento, otra lengua o viene de otra parte del país. Y si encima trabaja en televisión, opina, y no se esconde, más razones para insultar.
Lo que Iñaki y Andrea han puesto sobre la mesa es algo más profundo que un mal rato en un semáforo. Han señalado, sin necesidad de tesis ni banderas, que en España todavía hay quien convierte la identidad en arma. Quien no acepta que el país es mucho más que su reflejo. Y quien ve como enemigo a todo el que no comparta su modo de vida, sus símbolos o su nostalgia.
En una democracia avanzada y plural como la española, resulta inconcebible que sigan existiendo estas expresiones de desprecio hacia lo vasco, lo catalán, lo gallego o cualquier forma legítima de identidad regional. Pero ahí están. Y muchas veces disfrazadas de humor, de costumbre o incluso de "normalidad".
La denuncia de López y Ropero sirve para recordar que la xenofobia interna no ha desaparecido: solo ha mutado. Ya no se da tanto en los editoriales ni en los discursos parlamentarios (aunque a veces también), sino en las redes sociales, en los comentarios de bar, en las discusiones digitales y, como en este caso, en los coches que gritan con la ventanilla bajada.