María González es la CEO de Tucuvi, una startup que lleva más de dos años y medio creando dispositivos y bots para ayudar a las personas. Su última creación es Lola, “una asistente virtual clínica, que ayuda a los profesionales sanitarios a atender a sus pacientes en casa”, explica. El proyecto ya ha llamado la atención de hospitales, instituciones del ámbito de la salud y aseguradoras. De hecho, es uno de los finalistas de los Premios Fundación MAPFRE a la Innovación Social, como Kuvu, a cuyo CEO, Eduardo Fierro, también hemos entrevistado.

Hoy hemos hablado con González para que nos explique cómo se pasa de ser ingeniera biomédica a emprender. “La semilla empezó un año que estuve estudiando en Brasil”, explica; “allí, puedes mezclar las asignaturas de distintas carreras, así que hice algunos cursos de emprendimiento en la facultad de Medicina, ni siquiera de la de Ingeniería”.

El equipo de Tucuvu que ha diseñado a Lola

Llegó un momento en que decidí plantarme e intentar solucionar ese problema

La semilla del emprendimiento

En ese entorno, entro en contacto con “doctorandos de Biomedicina, que estaban haciendo proyectos de emprendimiento: tecnología aplicada a la tuberculosis”.

Eso le hizo tomar conciencia de que “lo que estaba haciendo era programar, desarrollar código, para máquinas de ultrasonidos, intentar detectar el cáncer de mama a través de ellos. Es increíble, pero hasta que eso llega a un paciente, primero se tarda mucho y luego no tenía ni idea. Sé de tecnología, pero no cómo se comercializa”, reflexionaba.

En estas asignaturas aprendió lo que es un “business plan, un mapa de stakeholders, a quién hay que involucrar, qué hay que hacer... Me di cuenta de que era un mundo”. A su regreso a España, apostó por los cursos de emprendimiento. “Con ese germen, llegó un momento en que decidí plantarme e intentar solucionar ese problema”, relata.

El 80% de mi tiempo es trabajar y aprender haciendo y el 20% es estudiar

Un camino que no es fácil

Reconoce que emprender no es fácil: “En mi caso, sabía de tecnología, de ingeniería, pero no tenía ni idea de marketing, de negocio, para crear una empresa y equipo. Lo que es gestión pura”.

Por eso, asegura que una de las claves del éxito en el emprendimiento es aprender: ”Todos los cursos me han ayudado un montón, pero por supuesto también me he formado por mi cuenta. El 80% de mi tiempo es trabajar y aprender haciendo y el 20% es estudiar”.

Y, añade que “para emprender, lo que más me ha ayudado es rodearme de gente que ya lo estaba haciendo. Y gente del sector. Te da una visión completa de dónde puedes estar dentro de unos años y cómo hacerlo lo mejor posible. Te ayudan a ver qué pasos tienes que dar”.

La tecnología no está diseñada para quienes llenan las salas de espera

Al servicio de las personas

El proyecto nació hace casi tres años. Los dos fundadores, González y Marcos Rubio, han estudiado Ingeniería Biomédica y “lo último en tecnología aplicada a la sanidad”, dice González. Fue precisamente mientras trabajaban en esa industria, cuando se percataron de que “gran parte de la tecnología se está diseñando para nativos digitales, acostumbrados a utilizar móviles o wearables. Pero la gente que está llenando las salas de espera es más mayor y muchas veces no está acostumbrada a esta tecnología. La culpa no es de nadie, pero la industria no tiene tecnología adaptada a las necesidades de estas personas”.

Por eso, sus primeros pasos con wearables, chatbots y texto, no eran la solución idónea: ”Cada uno tenía sus retos, tanto de adopción por parte de los pacientes, como de integración dentro de los procesos clínicos”. Algo que Lola soluciona, “porque las llamadas de teléfono de seguimiento, ya se hacen, hay evidencias de cómo mejora tanto la eficiencia del sistema sanitario, como la salud del paciente”. El problema, por tanto, no está en la herramienta: “Lo que pasa es que no se hacen con la frecuencia debida porque a los profesionales no les da tiempo”. Por eso, poco a poco, el proyecto “fue derivando a desarrollar esa inteligencia artificial basada en lenguaje natural, pero que el canal sea una llamada telefónica, que es algo a lo que están acostumbradas las personas y que saben hacer”.

La llamada cuenta con una ventaja añadida: “Tiene un nivel de adherencia mucho mayor que una aplicación, que como mucho tiene un 40%. Y, además, ya estaba integrada en la práctica clínica de los profesionales, ya saben cuándo es importante hacer esta llamada de seguimiento”.

Hoy, Lola ya ha atendido a 16.000 pacientes y se ha incorporado a los equipos profesionales del Hospital de La Princesa y el Ramón y Cajal en Madrid, el de Torrejón de Ardoz yel de Vinalopó de Elche. También la Asociación Española contra el Cáncer la ha incluido como herramienta de trabajo.

“El profesional programa o escoge de qué van a ir las llamadas”, explica González, “se pueden organizar por patologías -los que tienen diabetes, un problema respiratorio o cardiaco-“.

Un modelo que se apoya en los protocolos estructurados existentes de seguimiento de síntomas: “Se les pregunta para que el profesional sepa cómo se encuentra el paciente y si tiene que intervenir a tiempo. Una vez que escoge qué protocolo aplicar y la frecuencia,. Lola llama a los pacientes y habla con ellos de manera natural sobre cómo se encuentran y profundiza sobre los síntomas para ver si tiene que intervenir el profesional o no”.

Además, si el paciente tiene cualquier duda o quiere hablar con el profesional por cualquier motivo, “Lola lo recoge y la traslada al equipo clínico, para que estén informados de cómo está el paciente en todo momento o resolverlas”.