La OCDE ha emitido esta semana sus previsiones económicas globales, que en buena medida coinciden con las de otros organismos como el Fondo Monetario Internacional: la economía global vivirá unos años de crecimiento económico débil, debido a la crisis del comercio internacional y la ausencia de inversión debida al incremento de la incertidumbre. No se augura una recesión global -aunque puede que tarde o temprano llegue- pero sí un largo periodo de estancamiento secular, como diría Larry Summers. Parece que estamos entrando en una nueva era, caracterizada por bajos crecimientos económicos, alta desigualdad, un envejecimiento de la población y alta intensidad tecnológica. En otras palabras, puede que no estemos ante un movimiento cíclico, sino ante un movimiento estructural, como lo fue el capitalismo de postguerra o el ciclo abierto con la crisis económica de 1973.

La teoría económica de lo ciclos económicos es profusa en intentar identificar ciclos de largo plazo, conocidos como ciclos Kondratief, en honor al economista que los caracterizó. Según este economista ruso, las “ondas largas” de la economía mundial se basan en los ciclos de adopción de nuevas tecnologías, su uso y su posterior agotamiento. Tras su formalización y unos años de fortuna, su uso como instrumento de análisis económico cayó en el desuso. Ya muy pocos economistas hablan de las “ondas largas del capitalismo”, una expresión que hizo fortuna en los años 70 y 80 del pasado siglo.

Y, sin embargo, existen condiciones estructurales que se van acumulado y configuran diferentes patrones de crecimiento económico. Si atendemos a las tendencias a largo plazo de nuestras economías son encontraremos con los siguientes elementos definitorios:

  • Envejecimiento económico: la poblaciones envejecidas requieren mayor gasto en atención y cuidados, tanto público como privado. Dado que el consumo y el ahorro se vinculan con el ciclo vital, son sociedades que tienden a ahorrar más y a invertir menos, generando una demanda agregada menos dinámica.

  • Estancamiento de la productividad: la productividad, elemento fundamental del crecimiento económico, tiende a crecer menos que en épocas pasadas, debido a múltiples factores: concentración de la productividad en pocas empresas y derrumbe de la misma en otras muchas, necesidad de tiempos de adaptación de las nuevas tecnologías, etc.

  • Descenso del retorno de la innovación: es necesario invertir mayores cantidades de dinero en innovación para obtener los mismos retornos. En otras palabras: la innovación es cada vez “más cara” y para lograr un impacto similar al que existía en el pasado, se necesita una mayor cantidad de fondos invertidos.

  • Incremento de la desigualdad y la polarización social: el uso intensivo de nuevas tecnologías de la información y la comunicación suponen una polarización en las rentas, primando a los trabajadores con mayor cualificación, que pueden aprovechar más esas nuevas tecnologías, y castigando a los trabajadores con menores cualificaciones, al tiempo que elimina o sustituye a las profesiones que se encuentran en los sectores salariales intermedios, fundamento de la denominada “clase media”.

La combinación de estos cuatro factores supone un nuevo modelo de estancamiento que va más allá de la japonización de las economías desarrolladas. Antes estos condicionantes, los modelos tradicionales de política económica no poco efectivos. El Banco Central Europeo se ha cansado de alertar de que la política monetaria con tipos de interés negativos ha alcanzado los límites de su eficacia. Trump ha preferido volver a cerrar fronteras y recuperar mercado interior, lo cual produce un impacto inicial positivo pero que, de ser seguido por el conjunto del planeta, puede llevar a una recesión mundial. Las políticas fiscales no se han activado de momento, pero cabe preguntarse qué tipo de política fiscal, pensada como elemento contra cíclico, se puede utilizar para superar una situación estructural como la descrita.

Ante esta situación, se está consolidando un nuevo modelo de política económica, que busca dar respuesta a los retos de la digitalización, la desigualdad y la transición ecológica de la economía. Un modelo de política económica centrado en aspectos estructurales, como las inversiones para actuar sobre las infraestructuras energéticas, el fomento de la economía circular y la reducción de los recursos y residuos, la cualificación y educación de la población, las medidas predistributivas y redistributivas para luchar contra la desigualdad, etc. Este nuevo consenso está construyéndose en los debates de organismos internacionales como la OCDE o el FMI, centros de análisis como el Foro Económico Mundial o la Brookings Institution, o autores como Branko Milanovic con “Capitalism Alone”, Paul Collier con “El futuro del Capitalismo” o el último libro de Thomas Piketty, “Capital e ideología”. Tres libros que se unen a las reflexiones ya expuestas por economistas como Mariana Mazzucato con “En el valor de las cosas” o el incombustible Joseph Stiglitz en “People, Power and Profits”.

No encontramos por lo tanto ante una nueva fase. Debemos dejar de lado la perplejidad y avanzar en un nuevo modelo de crecimiento económico con una política económica renovada. Entramos en tierra ignota y las herramientas que nos han llevado hasta aquí pueden que no tengan más remedio que ser reformuladas o sustituidas. La historia nos ha mostrado que tomar las decisiones correctas suele costarnos un periodo de inestabilidad y conflicto entre lo nuevo y lo viejo. Puede que en esta ocasión podamos diseñar una transición adecuada y eficaz. Veremos.