La borrasca Filomena ha golpeado con dureza las infraestructuras de movilidad del centro de la península y amenaza con convertirse en un verdadero problema en los próximos días, en la medida en que las previsiones de temperatura de los próximos días pueden convertir la nieve en hielo y dificultar en gran medida las tareas de retirada y readecuación de los viarios tanto urbanos como interurbanos. Como en otras ocasiones, los fenómenos climáticos extremos han sobrepasado las capacidades de respuestas de nuestras administraciones. La borrasca se ha cobrado algunas vidas, en circunstancias dramáticas, al tiempo que ha encerrado en ratoneras a cientos de vehículos en algunas carreteras y autopistas. 

La incapacidad material de hacer circular los vehículos de transporte puede también generar problemas de abastecimiento en algunas localidades, dificultando el acceso a algunos bienes. Tendremos que ver cómo afrontar esta pequeña crisis que vuelve a mostrar la capacidad de la naturaleza para superar nuestros mecanismos de gestión de este tipo de crisis. 

Hacer de esta situación una oportunidad de confrontación política es una mala decisión en términos de pedagogía política. España no es un país donde este tipo de fenómenos climáticos se desarrollen con normalidad: la mayoría de los ciudadanos ni han puesto ni saben poner unas cadenas para la nieve en sus vehículos, ni tenemos en casa palas ni sal para evitar la congelación de estas cantidades de nieve. No disponemos de la maquinaria suficiente para hacer frente a estas condiciones meteorológicas, ni sería razonable que las tuviéramos. Ningún ayuntamiento puede tener un parque de vehículos preparados contra una eventualidad de esta magnitud, que supera en gran medida las nevadas producidas en los últimos 40 años. Sería un despilfarro económico tener durante 40 años un ejército de quitanieves parado a la espera de que se produjera este tipo de eventos meteorológicos. 

Así, las condiciones de respuesta ante Filomena deben considerarse bajo este prisma: cuando la naturaleza actúa de manera tan extraordinaria, es sencillamente imposible movilizar en tan poco tiempo los recursos necesarios para afrontarla sin generar una disrupción en la vida social y económica. Sencillamente, estas cosas ocurren y hay que apelar tanto a la agilidad de las administraciones públicas como a la responsabilidad individual en nuestra propia protección. 

Lo cierto es que la existencia de fenómenos extremos como el que estamos viviendo estos días debería hacerlos reflexionar sobre nuestras vulnerabilidades. La ciencia ha demostrado que el cambio climático puede incrementar notablemente el riesgo de fenómenos climáticos extremos, incluyendo inundaciones, grandes sequías, olas de calor y borrascas con efectos devastadores. El clima es una maquinaria muy compleja y reducir todo el razonamiento a si hoy hace más o menos calor, no deja de ser una simplificación peligrosa, que desvía la atención de los objetivos que debemos marcarnos como sociedad. 

Nuestra capacidad de actuar contra este tipo de fenómenos que desbordan nuestra respuesta es muy limitada, pero nuestra capacidad de actuar para prevenir el cambio climático es máxima, en la medida en que está demostrado científicamente su carácter antropogénico. No deberíamos esperar a que este tipo de borrascas se conviertan en algo usual, sino que deberíamos actuar ya para evitarlo. 

El año pasado se cumplió el quinto aniversario de los acuerdos de Paris y, de acuerdo con los datos actuales, los compromisos asumidos en términos de reducción de emisiones de gases de efecto invernaderos hasta el momento señalan un incremento global de las temperaturas de hasta 3 grados, un 50% más de lo comprometido en 2015. La Unión Europea ha incrementado sus compromisos de cara al año 2030, para situarse en una reducción del 55% respecto del año de referencia. Tenemos por delante una década y una serie de instrumentos, como el programa NextGeneration, que deberían servir para acelerar nuestros esfuerzos de reducción de emisiones. 

La lucha contra el cambio climático no sólo no es contradictoria con la prosperidad económica, sino que es una de sus principales palancas para los años que vienen.  De acuerdo con un informe publicado por ECODES, la intervención en eficiencia energética en las viviendas podría generar hasta 150.000 nuevos empleos en la década que ahora comienza, si acertamos a movilizar todos los recursos necesarios. La rehabilitación energética de la vivienda tiene el potencial de reducir el consumo energético y mitigar los efectos de la pobreza energética en una parte importante de la población que ahora mismo sufre sus consecuencias. 

En definitiva, no debemos esperar que España tenga las capacidades para responder de manera eficiente a cualquier fenómeno meteorológico que pueda asomar por nuestra atmosfera, pero sí podemos incrementar nuestros esfuerzos para evitar que se produzcan, y hacerlo además generando empleo y prosperidad. En vez de echarnos la nieve como arma arrojadiza entre unas administraciones y otras, deberíamos buscar las fórmulas de cooperación necesarias para reducir, en la medida de nuestras posibilidades, la probabilidad de que puedan volver a ocurrir.