La automatización progresiva del trabajo, propiciada por los avances tecnológicos, es una de las razones por las que la economía mundial ha experimentado un crecimiento acelerado los últimos 200 años. Gracias a este crecimiento económico, cada uno de nosotros es entre cuarenta y cincuenta veces más rico que nuestros antepasados en 1750, además de tener mejores condiciones laborales. Keynes pronosticó que la riqueza del mundo en 2030 sería ocho veces la de 1930. El crecimiento ha sido tan exponencial que, si nada se tuerce, las previsiones de Keynes se van a quedar muy cortas.

A estas alturas nadie debería dudar de que la automatización tiene un efecto positivo en la economía y en los trabajadores. Sin embargo, cada vez que automatizamos un proceso lo hacemos para sustituir el trabajo o parte del trabajo que desempeña alguien en una empresa.

La tecnología puede llegar a una empresa de manera pacífica o precipitada. Si sucede lo primero, la tecnología facilitará la vida del trabajador. Si sucede lo segundo, es probable que la tecnología remplace al trabajador en su puesto de trabajo. 

Lo normal desde la revolución industrial es que la tecnología vaya incorporándose a las empresas de forma pacífica. De esta manera, cuando la tecnología destruye puestos de trabajo, siempre crea nuevas categorías profesionales relacionadas con el empleo que ha desaparecido. Por tanto, el trabajador puede reubicarse sin dificultad. Cuando no logra reubicarse, el Estado garantiza que esa persona tenga cubiertas sus necesidades.  

Desde 1980, la tecnología se ha precipitado. Todo ha ido muy rápido. Los algoritmos, la robótica y la inteligencia artificial (artífices de la nueva automatización) se han desarrollado en un tiempo récord, y la introducción en los procesos industriales de esta nueva tecnología se está produciendo tan rápido que el mercado de trabajo y el sistema de previsión social de los países desarrollados corre el riesgo de colapsar por varios motivos:

1) En primer lugar, según el economista de la Universidad de Oxford Carl Benedikt Frey, el 47% de nuestros trabajos actuales podrían ser íntegramente asumidos por la inteligencia artificial; es decir, esta nueva automatización no propone un modelo de complementariedad, sino de sustitución total de casi la mitad de las profesiones que existen en la actualidad.

 2) Sociedad y tecnología están tan desincronizadas que somos incapaces de prever en este momento las necesidades laborales que tendrá esta tecnología en el futuro, por tanto, no podemos elaborar programas específicos de formación en este momento.

3) Es posible que, por primera vez, en términos absolutos, el grueso de empleos creados por la nueva tecnología no equivalga al número de empleos destruidos, por tanto, habrá más demanda que oferta de empleo.

4) La tecnología va a remplazar a tanta gente que es posible que el sistema de previsión social de los Estados no pueda hacer frente al gasto social que supondrá que las víctimas de la nueva automatización no logren reubicarse.

Los efectos de la nueva automatización ya se están notando

El profesor del MIT Daron Acemoğlu declaró en noviembre de 2016 en la Cámara de Representantes de Estados Unidos que la automatización era responsable de entre un 50 y un 70 % de la desigualdad en Estados Unidos. Y esto es solo el principio. Los bancos, pioneros en incorporar nueva tecnología a sus procesos, han efectuado en los últimos años unos ERES sin precedentes en la historia del mercado regulado de trabajo. Las grandes tecnológicas llevan meses anunciando despidos masivos.

En Estados Unidos se ha abierto el debate sobre la regulación de la automatización. Las posturas van desde prohibir la aplicación industrial de la tecnología hasta gravarla fiscalmente. Este es un debate que deberíamos tener también en España. Las grandes consultoras consideran que la automatización llegará a nuestro país más tarde, en 2030, por las particularidades de nuestra economía. Pero tenemos que estar preparados para cuando llegue el momento.

La automatización ha sido siempre fuente de riqueza y prosperidad. Hay países como China que, lejos de prohibirla, la están impulsando. Si nos quedamos rezagados en esta carrera, es posible que el empobrecimiento de nuestra clase trabajadora venga porque seamos países menos competitivos, al tener procesos industriales menos eficientes. Prescindir de la tecnología no es una opción.

Sin embargo, la regulación es necesaria. Deben activarse políticas estratégicas que fomenten nuestro desarrollo industrial, pero que protejan a los más vulnerables. A mí se me ocurren las siguientes:

1) Impulsemos el desarrollo de infraestructuras inteligentes. Partiendo de la base de que -parece- las nuevas actividades laborales se concentrarán a muchas personas en núcleos de población significativos, de más de un millón de habitantes, es imprescindible que la gente alejada de las grandes ciudades tenga posibilidad de llegar, en un periodo relativamente corto de tiempo, a los grandes hubs tecnológicos. Carreteras y trenes de alta velocidad a través de Europa son imprescindibles para que nadie se desconecte de los nuevos centros de riqueza. Con el despliegue de infraestructuras inteligentes me refiero también a una conexión a internet de alta velocidad en todos los núcleos de población que permita el desarrollo económico en comunidades rurales. La tecnología satelital de conexión a internet es la única que, a día de hoy, tiene cobertura universal a nivel global.

2) Establecer una tasa a ciertos equipos o tecnologías, o eliminar algunas deducciones fiscales por reinversión o depreciación de equipos, o gravar a las empresas que más beneficios obtienen gracias a la tecnología, son medidas que podrían ayudar a financiar el gasto social del Estado, gasto social destinado a cubrir la pérdida de puestos de trabajo que tengan difícil la reubicación laboral, y que debería canalizarse a través de un programa de ingreso mínimo vital. Los sindicatos españoles llevan años reclamando medidas de este tipo.

3) Identifiquemos, a través de un programa de investigación público, nacional o internacional, aquellas competencias en las que los humanos vamos a seguir siendo superiores a la inteligencia artificial y apostemos por competencias formativas en ese ámbito.

4) Trabajemos por una política fiscal realmente redistributiva en beneficio de las rentas medias y bajas, es decir, una política fiscal que no solamente aumente las cargas fiscales de las personas con mayor poder adquisitivo, sino que alivie la presión fiscal sobre quienes están ganando menos y se verán afectadas por la nueva automatización.

Todo ello para evitar, como advirtió Engels en La situación de la clase obrera en Inglaterra, que la mecanización conduzca al empobrecimiento de la clase trabajadora.