Con la inteligencia artificial pasaba como con la fusión fría: llevamos cuarenta años diciendo que la próxima década sería la clave para conseguir la expansión de la tecnología. Esa década nunca llegaba. Pero al igual que el ser humano sobreestima lo que puede conseguir en el corto plazo, subestima lo que puede conseguir en el largo plazo. Y así, a partir de los últimos años, los nuevos modelos de inteligencia artificial (los denominados modelos fundacionales) están generando un salto cualitativo en materia de aprendizaje automático con múltiples aplicaciones: lo vemos en el reconocimiento de patrones, pero también en las simulaciones que nos permiten ver a personajes históricos charlar con presentadores de la televisión -una tecnología conocida como deep fake- y, últimamente, a través de Open AI, en el chat GPT, una aplicación entrenada para mantener conversaciones y que permite el reconocimiento del lenguaje natural hasta tal punto que, es difícil distinguir sus respuestas de las que daría un ser humano, lo que en su momento definió el matemático Turing como el test fundamental para entender el avance de la computación.

Las aplicaciones de Chat GPT han servido, por ejemplo, para aprobar exámenes en las escuelas de negocio, para presentar trabajos a valoración en las revistas científicas más exigentes, o incluso para aprobar un examen de selectividad -con la nota justa, parece ser. Para la mayoría de las personas, no deja de ser un instrumento curioso que no tiene más recorrido, pero con un marco adecuado de entrenamiento y con una adecuada preparación, ChatGPT puede ser un potente asistente para aquellos que trabajan con el conocimiento. La tecnología está todavía en pañales pero, si avanza al ritmo esperado, pronto veremos aplicaciones de lenguaje natural que podrán asistir en los trabajos intelectuales más exigentes. La llegada, en poco tiempo, de la versión GPT4 (el chat está basado en la versión GPT3) y la inversión desarrollada por Microsoft en Open AI de más de 10.000 millones de dólares apuntan a que no estamos hablando de un divertimento más. Se trata sin duda de una ventana de oportunidad económica no exenta de riesgos.

La Unión Europea asiste atónita al desarrollo de la industria de la inteligencia artificial: en su libro Los nueve gigantes, Amy Webb señala cómo son nueve empresas, seis norteamericanas (Alphabet, Meta, IBM, Microsoft, Apple y Amazon) y tres chinas (Baidu, Tencent y Alibabá) las empresas que compiten por el mercado mundial de la inteligencia artificial. El modelo norteamericano está liderado por los mercados de capitales que nutren con superdinero -así lo denominaba O’Reilly en La Economía WTF- las inversiones necesarias para el desarrollo tecnológico, en un contexto institucional con un nivel de regulación muy bajo. El modelo chino está liderado por el estado, a través de un capitalismo estatal dirigido al control de la población y, bajo el mandato de Jinpin, en una expansión internacional de los intereses geopolíticos del Partido Comunista Chino.

¿Y nosotros? ¿Y la Unión Europea? La Unión Europea apuesta por un modelo de despliegue de la inteligencia artificial basado en un diseño ético de los algoritmos, la primacía de los derechos digitales y la cohesión social en democracias liberales. Un modelo alternativo al de los dos gigantes que, lamentablemente, a fecha de hoy, no ha sido capaz de lograr la escala suficiente para competir con los otros dos grandes modelos. Esto nos sitúa en una situación de dependencia tecnológica que está siendo tratada por parte de la Comisión Europea y los Estados miembros con alta preocupación. Así, la Unión Europea ha desarrollado su propia estrategia de inteligencia artificial, algo que se ha concretado en planes y estrategias nacionales, como es el caso de España, que está ultimando el despliegue de la Agencia Española de Supervisión de la Inteligencia Artificial, y donde el programa Next Generation plantea una serie importante de inversiones destinadas a la innovación para el desarrollo de la Inteligencia Artificial. Es poco probable que estos esfuerzos sean suficientes si no escalamos las inversiones y desarrollamos un mercado propio para nuestro modelo de Inteligencia Artificial.

El salto que se está produciendo en la inteligencia artificial puede multiplicar la productividad en muchos sectores, generando nuevas oportunidades de crecimiento económico. Es poco probable que en un breve tiempo veamos una Superinteligencia cuya misión sea oprimir al ser humano, algo que preocupa a algunos pensadores como Max Tegmark o Nick Bostrom, pero es más que probable que, de establecerse modelos de desarrollo ajenos, nos encontremos con aplicaciones y algoritmos de la inteligencia artificial insensibles a los problemas y planteamientos éticos y sociales que configuran los pilares del modelo social europeo. Nuestra dependencia tecnológica puede convertirse en dependencia económica y social. Regular no es suficiente: necesitamos más inversión en el desarrollo de aplicaciones europeas de inteligencia artificial que contribuyan a mantener, y no a erosionar, nuestro modelo económico y social.