El año ha comenzado con la noticia, por parte de la Comisión Europea, de incorporar las inversiones en energía nuclear y en gas natural como parte de las inversiones elegibles en su taxonomía de inversiones sostenibles. El objetivo de la taxonomía es generar un catálogo preciso, definido y compartido de inversiones que pueden considerarse como inversiones verdes, incluyendo, lógicamente, inversiones en energías renovables, en conservación forestal, en eficiencia energética, o en transportes bajos en emisiones de gases de efecto invernadero. Con este catálogo, los fondos de inversión, los intermediarios financieros y los bancos pueden establecer estrategias de inversión sostenible homologables y comparables a lo largo de todo el continente, estableciéndose de esa manera como un mecanismo de mejora de la información relativa a las finanzas sostenibles y mejorando la penetración en los mercados de este tipo de inversiones.

La taxonomía establece claramente el qué, el cómo y el para qué de las inversiones, de manera que evita lo que se ha denominado el “greenwashing”, o hacer pasar inversiones no sostenibles por inversiones verdes. A partir de su aprobación, cualquier inversor o ahorrador podrá saber exactamente qué tipo de inversiones sostenibles se realizan con su dinero, mejorando la transparencia y la información del mercado.

Al tomar la decisión de contar las inversiones en gas natural y en energía nuclear como inversiones sostenibles, la Unión Europea lanza un mensaje al mercado para incentivar este tipo de operaciones, lo cual es, en un caso, claramente dudoso, y en otro, claramente erróneo.

Es dudoso en el caso de la energía nuclear puesto que aunque puede ser considerada una energía baja en emisiones de gases de efecto invernadero, no puede ser considerada en absoluto una energía verde y libre de problemas. Ninguna lo es, desde luego, pero a fecha de hoy la energía nuclear sigue siendo una energía cara, y, aunque es segura, la gravedad de los accidentes que, muy de cuando en cuando, se provocan, hace que haya que pensarse muy mucho su despliegue. Los avances tecnológicos hacen que las centrales de última generación ofrezcan resultados prometedores, y, a ciencia cierta, parece poco probable alcanzar el 100% de electrificación que necesita el proceso de descarbonización llegando únicamente con las energías renovables, dados los niveles actuales de tecnología. Así que, sí, se podría decir que las nucleares deben formar parte del mix energético futuro, aunque con las precauciones que hemos señalado, y podríamos esperar que nuevos avances tecnológicos las hagan más accesibles y seguras (más seguras todavía, queremos decir). Si la inversión en innovación en materia nuclear se considera una inversión sostenible es por lo tanto motivo de controversia, pero francamente se podría discutir.

Mucho menos explicable es el recurso a las tecnologías del gas natural. El gas natural es una tecnología que emite gases de efecto invernadero y, aunque sus emisiones son menores -hasta un 40% menos que el carbón- siguen siendo emisiones que contribuyen al calentamiento global. Utilizarlo como tecnología energética de aquí al 2030 puede favorecer el cumplimiento de los objetivos establecidos para esa fecha, pero puede, al mismo tiempo, dificultar los objetivos hacia 2050. En primer lugar porque las instalaciones de gas, como las centrales de ciclo combinado, tienen una vida útil de 30 o 40 años, lo cual lleva a que una instalación puesta en marcha de aquí al 2030, tenga una amortización que lleve hasta el 2070, cuando la central, dados los objetivos de emisiones de la Unión Europea, debería estar paralizada en 2050. En segundo lugar, porque las inversiones realizadas ahora en gas natural competirán con las inversiones realizadas en otras tecnologías más bajas en emisiones, que pueden competir en desventaja pues la energía generada por gas puede ser más rentable económicamente. En otras palabras, puede que invirtamos demasiado poco en renovables porque una parte del dinero que iba a ser destinado a estas energías se ha desviado a financiar nuevas inversiones en gas. Recordemos la fórmula mágica de las emisiones: no se trata de incrementar la oferta energética de las renovables, sino que hay que llevar a cero, en menos de 20 años, la oferta energética de los combustibles fósiles. Según la Agencia Internacional de la Energía, el camino hacia las emisiones cero en 2050 pasa por no invertir ni un euro más en energías fósiles. Ni un euro más. Es ése el esfuerzo que hay que hacer, y no otro, y plantear un tratamiento favorable para un combustible fósil es un grave error que lanza una señal equivocada al mercado, incentiva el uso de una energía que está destinada a desaparecer en el corto plazo y desvirtúa el sentido de la taxonomía, porque si todo es una inversión sostenible, nada terminará siéndolo.

Esperemos que la decisión se corrija y que podamos tener un verdadero marco financiero que apoye el desarrollo de una economía sostenible en el medio y largo plazo, una economía donde la energía nuclear podría estar -y es bastante probable que deba estar- pero donde el gas no puede ni debe participar.