Este 2021 se está complicando para el conjunto de economías mundiales con tres variables hasta cierto punto inesperadas: la posible existencia de la sexta ola del Covid-19 sobre todo en Europa, una subida desmadrada de los precios energéticos (principalmente del gas natural y el petróleo) y, por último, y muy relacionada con la anterior, una fuerte subida de los precios no vista hasta hace décadas.

Cualquier viento en contra pone a la economía española contra las cuerdas. Una gran dependencia de los combustibles fósiles, pese a los evidentes esfuerzos en las energías renovables y nuestra dependencia cercana al 10% del Producto Interior Bruto del turismo. Sobre ello, también una falta de competencia en muchos sectores económicos pese a la apariencia de mercados libres. Por ello, los tres factores que inciden sobre nuestra economía (Covid-19, energía e inflación) se hacen especialmente violentos y reducen la previsión de crecimiento en este 2021.

Así, a poco más de un mes para que termine el año, todos los departamentos de estudios de empresas, organismos internacionales y servicios de instituciones españolas se han pronunciado sobre una importante rebaja de lo que creceremos este año y también sobre lo previsto para 2022. Si hace unos pocos meses, España estaba a la cabeza de la recuperación después de la debacle de nuestro PIB con la pandemia, uno de los mayores del mundo, ahora volvemos a instalarnos en el furgón de cola frente a los colegas europeos.

Está claro que estas presiones pueden justificar la desaceleración, peo también parece que el Gobierno se ha dormido en los laureles de una recuperación automática que se produciría como consecuencia de la vuelta a la normalidad en el sector turístico. Las previsiones con las que los departamentos de Nadia Calviño y de María Jesús Montero prepararon los Presupuestos de este año ya son papel mojado. Si falla el crecimiento, numerosas variables y porcentajes que se basan en este dato acaban fallando.

Ha habido un exceso de optimismo en nuestros responsables económicos, una alegría también basada en las eliminaciones de las barreras europeas a los déficits públicos y que han llevado la deuda del Estado a niveles de 1,43 billones de euros. Era necesario gastar más para compensar la paralización de la economía y cubrir necesidades sociales, pero todo ello debe acompañarse de un plan sólido para crecer y de una estrategia alternativa por si venían mal dadas como lamentablemente ha ocurrido.

El balance de la pandemia en la economía española es especialmente mala si se compara además con países de nuestro entorno. Una caída del PIB del más del 10% en 2020 y una recuperación en 2021 menor de lo esperada que nos lleva a que la recuperación de los niveles pre-covid se producirán como pronto en 2023, mientras que en los países de la OCDE se conocía esta semana que ya habían revertido la pandemia a efectos de PIB.

La Bolsa española está recogiendo estas peores previsiones. Al descalabro de las acciones ligadas al turismo se suma el resto del mercado por la expectativa de menor empuje económico. En los últimos doce meses, el índice EuroStoxx50 de la Bolsa europea registra una subida del 25%, mientras que en el español Ibex 35 el alza es de solo el 11%. Caen bancos, energéticas o renovables en un escenario vendedor que supera los problemas de nuevos confinamientos del Covid-19 como acaba de anunciar Austria.

Parece que urgen medidas de choque ante los problemas actuales y los que podrían enquistarse si persisten estas dificultades económicas. Unas medidas que sería deseable se consensuasen con las otras fuerzas políticas y sociales. Una poderosa arma para revertir parte de estos males son los fondos europeos NextGeneration. Esta baza que nos ofrece Europa no debe desaprovecharse en guerras inútiles o enfoques que no se dirijan a otra cosa que mejorar el crecimiento ahora deteriorado.