Con la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado por parte de una gran mayoría del Congreso, el gobierno de coalición ha conjurado los riesgos de una terminación precipitada de una legislatura que, en términos reales, apenas comenzó su andadura cuando nos vimos envueltos en la crisis del coronavirus, y para la que, como prácticamente ningún gobierno del mundo, no estaban preparados en absoluto.

Con la perspectiva de comenzar las vacunaciones en el primer trimestre del 2021, y con una perspectiva de recuperación económica tras el parón de 2020, el Gobierno se enfrenta en estos momentos a abrir, en términos reales, la legislatura: su agenda de reformas, más allá de algunos aspectos que se han puesto en marcha en medio de la urgencia, está casi por estrenar. Así, los contenidos del pacto de legislatura que firmaron el PSOE y Podemos están en gran parte todavía por desarrollar, y sólo una parte de los mismos se ha plasmado en los presupuestos generales.

Para poner en marcha estas reformas, los ministros tendrán el viento de cola: aunque se antoja un año complicado, las perspectivas de recuperación, los fondos europeos, y el más que palpable giro en el discurso económico de la Unión Europea, auguran unas condiciones óptimas para acometer algunos cambios en nuestro modelo económico y social, incluyendo la reforma de las administraciones públicas, la actualización de la legislación del mercado laboral, la transición ecológica y digital, y la mejora de la cohesión social. Si la mayoría que ha apoyado los presupuestos es coherente, toda esta agenda debería poder ser desarrollada durante los tres años que quedan de legislatura, y gran parte de la misma podría arrancar en el propio año 2021.

En condiciones normales, así sería. Pero el gobierno y las fuerzas políticas que le apoyan deben resistir la tentación de centrar la agenda pública en los aspectos en los que más ruido se puede generar, como son los aspectos simbólicos e institucionales, que son aquellos en los que necesariamente va a ser más difícil encontrar espacios de grandes consensos y donde cada una de las fuerzas políticas tiende a diferenciarse más nítidamente de las demás. Pasadas las elecciones catalanas, cuyos resultados son todavía inciertos, España se enfrenta a tres años de pausa electoral que deberían ser aprovechados para aparcar algunas diferencias que sólo sirven para nutrir a lo creyentes de cada parroquia, y centrarse en aquello que es esencial, esto es, favorecer una mejor calidad de vida de las personas en este país.

No será fácil, en cualquier caso. En primer lugar, porque la política es más nítida y más dinámica hablando de las instituciones y los símbolos, al tiempo que los debates sobre las políticas, por muy necesarias que sean estas, son más farragosos y más proclives a los grises. Si la política sigue en manos de los spin doctors, no faltará alguna decisión, noticia o iniciativa que anime los mentideros sobre aspectos que poco o nada tienen que ver con la vida cotidiana de los españoles y españolas. En segundo lugar, porque los resultados de las políticas públicas necesarias tardarán en verse, y por lo tanto, no generarán réditos políticos a corto plazo, que son los que se necesitan en el tablero permanente de los medios de comunicación y los sondeos preelectorales.

Pero al igual que la vida es aquello que ocurre mientras intentas hacer tus planes, la política es lo que ocurre mientras intentas ganar las elecciones, y el poder se consigue, o se mantiene, en democracia, para hacer cosas, y no, como pudiera parecer, al revés (hacer cosas para mantenerse o conseguir el poder).

La ciudadanía sale hastiada, aburrida y cansada de un año 2020 que ha sido espantoso y no sólo por la pandemia, sino también por el decepcionante nivel que ha alcanzado el debate público. El año 2021 puede ser el primer año de una nueva era de reformas y prosperidad para nuestro país, y quizá haya llegado el momento de aparcar el manual de comunicación política y sacar el manual de las políticas públicas. Un gobierno convenientemente renovado, con una mayoría parlamentaria suficiente, puede lograr grandes cosas para nuestro país, siempre y cuando reoriente su estrategia y ponga rumbo al cumplimiento de un pacto de legislatura y un programa de recuperación que, si es convenientemente desarrollado, pueden significar una gran oportunidad para España.

En las próximas semanas iremos, en una breve serie de columnas, desgranando los retos que tenemos por delante y cómo podríamos hacerles frente, a modo de conclusión de un annus horribilis y con la esperanza y la vista puesta en la década que estamos a punto de inaugurar. Una década que puede ser la década decisiva para nuestra sociedad.