En este mundo loco de las finanzas hay analistas y periodistas especializados en desentrañar, como auténticos hermeneutas, el lenguaje de los máximos responsables de los bancos centrales, llámese BCE o Reserva Federal. Lo que dicen, frente a lo que querrían decir, lo que han callado, el gesto utilizado en el momento de indicar una cosa o responder a una pregunta más o menos molesta. El próximo 21 de julio, Christine Lagarde tendrá que mojarse y subir los tipos de interés que aún mantiene en el cero por ciento, pese a que la inflación en la eurozona supera el 8% de media. Por su parte, Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal tendrá su última cita en los mercados –con el impasse de agosto- el próximo día 27 aunque ya viene de subir los tipos que ya rigen al 1,75%.

En el horizonte de más corto plazo, los analistas reprochan a la dirección de la política monetaria de la eurozona su falta de reflejos para subir los tipos de interés y frenar la inflación como ya ha hecho Estados Unidos, aunque siga también con niveles del 8%. Es por ello que ahora los expertos apunten a que el BCE en la reunión del jueves suba de un golpe los tipos un 1% y se abandone ya el mundo de los intereses negativos que ha regido por más de un lustro. Ya sabemos, esa paradoja de pagar dinero por dejarlo prestado.

Pero la historia viene más de lejos. Más de una década en que los tipos de interés y los mercados de bonos y deuda pública han estado completamente nacionalizados por los bancos centrales. Los programas de compra pública, primero, acompañados después por compras de bonos privados y la ampliación de estas adquisiciones a raíz de la pandemia del Covid-19 que paralizó las economías de 2020. Guste o no a unos y otros pero el BCE ha sido el verdadero garante del Estado del Bienestar de las economías europeas y otro tanto se podría decir de la propia FED en un país donde rige más el “búscate la vida”.

Ante la inesperada y alarmante inflación que se empezó a conocer a finales del pasado año, los bancos centrales –ya con la pandemia medio superada- dieron marcha atrás y los estadounidenses decidieron dejar de comprar deuda, mientras los europeos optaron por no adquirir nuevas emisiones, aunque sí hacerse cargo de las que vencían. Es más, en Europa se prepara un plan para que no se produzcan disonancias de tipos de interés entre los países centroeuropeos y los periféricos en los que se enmarca España. Un plan que se desvelará también el jueves 21 de julio.

Estas más de dos décadas de mercados intervenidos son ahora puestos en solfa por muchos analistas y economistas que callaron durante lustros. Ahora vienen los reproches sobre unas inoportunas políticas monetarias que se convertían en una experiencia nueva cuyos efectos eran desconocidos. Además del covid, la guerra en Ucrania y los problemas de abastecimiento de la primera, se ha hecho patente que las teorías clásicas de poner a fabricar billetes era cierta: produce inflación y mucha.

Sin embargo, esas novedosas políticas de intervención han sido en gran medida las culpables de que las economías no se colapsaran ni hundieran a raíz de la crisis financiera de 2008 y de la siguiente del euro que algunos ven que pueda repetirse ahora. También consiguió sacar a las economías del parón de la pandemia con el mínimo dolor posible en términos económicos y un rebote de actividad que ahora ha frustrado la guerra de Ucrania y la propia inflación.

Han sido, pues, muchos los beneficios de estas políticas tan erráticas y novedosas de los bancos centrales que ahora se critican sin piedad. Los efectos negativos de esta intervención ya se anunciaban: clara burbuja de la deuda, posible burbuja del mercado inmobiliario y de las bolsas y el mantenimiento de un tejido empresarial que hubiera caído con unos costes de financiación normales.

Los únicos que, a mi modo de ver, tienen justificación para quejarse son los ahorradores. No solo no se han beneficiado de los baratos créditos que se ofrecían en el mercado, sino que además llevan años y años con su ahorro en el banco sin percibir nada. Estos son los que se pueden quejar y hacer reproches. El resto, se ha puesto las botas.