El tema es controvertido. La planificación económica o el intervencionismo público son conceptos que chirrían en los países de economía liberal que confían al mercado la solución de sus desajustes y también de las necesidades de su ciudadanía. Este discurso en el que se exige un Estado pequeño, lo más pequeño posible no ve incongruencias en el intervencionismo casi total de los mercados financieros a través de los bancos centrales como la Reserva Federal (FED) o el Banco Central Europeo (BCE) y que explican en gran medida los tipos cero y negativos que disfrutamos o padecemos desde hace unos años.

Tampoco hay ningún reparo en el reparto de fondos comunitarios con el fin de volver a poner en marcha unas economías excepcionalmente frenadas por la pandemia del Covid-19. Es más, ese dinero proveniente de Europa se espera como un maná que se recomienda se use en inversiones productivas y no en aumentar gastos corrientes por muy necesarios que sean estos. Ahí están las ayudas a través del ICO o las de la propia SEPI que tanta controversia han generado como en el caso de la aerolínea Plus Ultra.

Después de años de intenso crecimiento económico, el presidente de China, Xi Jinping, ha sorprendido a los mercados mundiales con un giro en la política económica del gigante asiático que dice ahora buscar el interés del ciudadano frente al beneficio de sus ciclópeas compañías, presentes en los cinco continentes y apoyadas en una población de 1.400 millones de habitantes. El objetivo es mitigar las desigualdades que ha provocado el intenso avance del Producto Interior Bruto (PIB) durante décadas en China y se ha fijado el lema de la “prosperidad común”. Es destacable en todo este proceso que primero China ha creado una gigantesca riqueza que ahora quiere que se comparta por gran parte de la población. No faltan ingenuos en algunos otros países (caso de España) en los que se habla de repartir sin haber generado previamente esa riqueza, lo que se acaba traduciendo en una sociedad subsidiada y, por supuesto, muy endeudada.

La política de Xi Jinping ya ha tenido repercusiones en los mercados chinos que este año se encuentran entre los peores. No solo porque en 2020 no sufrieron con tanta virulencia el efecto de la pandemia, sino también por estas medidas que buscan bajar la fiebre de grandes sectores de la economía asiática se traducirán en caídas de beneficios de esos grupos, preferentemente tecnológicos, inmobiliarios y firmas ligadas al juego o a la educación online. Resulta muy chocante esa prohibición de limitar a los jóvenes el horario y los días para jugar con sus consolas, como lo fue el poner freno a las clases particulares online.

Así, además de poner freno a situaciones monopolísticas que en el mundo de la tecnología o Internet se producen por la propia naturaleza de estos gigantes, Xi Jinping está encantado con que esas compañías hagan donaciones de miles de millones de yuanes para objetivos de bien común que logren ir equilibrando la balanza de la extrema desigualdad que vive esa sociedad. Alibaba anunciaba la semana una donación de 1.500 millones de dólares que arrastró su cotización en Bolsa un 4%.

Habrá que esperar a conocer más a fondo estos planes que, de momento, se encuentran en sus pasos iniciales y ya han provocado ese enfrentamiento con los mercados que desconfían de una regulación que ponga en peligro el dinero invertido en los conglomerados chinos. Por supuesto, es un tema discutible y habrá que confirmar si se cumple ese deseado objetivo de reducir el número de ricos y aumentar lo más posible la creación de clases medias.

Independientemente del resultado, sí envidio una estrategia económica del Gobierno y con un horizonte de medio y largo plazo. En España hecho a faltar un verdadero plan de choque contra el paro, una estrategia de qué país queremos ser económicamente en el contexto mundial y cuáles son nuestros puntos fuertes a los que apoyar y los débiles que debemos corregir. Ojalá las ayudas que vienen de Europa nos ayuden a definir unos simples parámetros por los que –con el consenso debido- deberíamos movernos, frente a la improvisación y nuestra exagerada dependencia de los ciclos económicos.