Fotograma del largometraje alemán “La Vida de los Otros” (2006)



Estados Unidos vigila al mundo. La revelación de la existencia de un Gran Hermano tan tremendo lleva a maltraer a Obama, que apoya estos seguimiento masivos, y supongo que preocupa a los ciudadanos americanos – y de más allá de las Montañas Rocosas -, más conscientes del alcance del fenómeno. El conocimiento de que la Agencia de Seguridad Norteamericana recoge y analiza indiscriminadamente la información que circula por Google, Facebook, Microsoft y otros tantos operadores mundiales de datos, sin embargo, no ha causado la alarma que cabría esperar, al menos por el momento.

En realidad, ha sido solo el puñado de medios liberales que aún quedan en el mundo: Finantial Times, The Guardian o el Washington Post, los que atizan en la crítica. Las grandes instituciones públicas norteamericanas, y no digamos los republicanos, apoyan el mantenimiento de este espionaje masivo “pues ayuda a combatir el terrorismo”. Y la opinión pública yankee parece acompañar a estos últimos pues casi no se ha inmutado. Todo indica que este notable descubrimiento informativo no ha cogido desprevenido a nadie: como si todos creyéramos, o sospecháramos, que estamos siendo espiados.

La cuestión no es menor. Una sociedad que no siente como un mal horrible el estar vigilada, es una sociedad bien distinta a la que se describe como necesaria en los manuales de democracia que todavía manejamos algunos. Es otra. Las razones para tal mutación deben de conocerlas los investigadores sociales pero todavía no se han atrevido a desnudarla en un decálogo.

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