Jaume Matas e Iñaki Urdangarin. (EFE)



¿Quién se atrevería a defender públicamente a Urdangarin?. Nadie que no fuera un loco o un provocador. ¿Quién haría lo propio con el rey?. Muy pocos, acaso su guardia pretoriana y el amplio abanico de devocionarios. ¿Qué ha pasado?. Una compuerta abierta permite el fluir libre de numerosos hedores aprisionados. El único yerno útil que le quedaba al rey se ha revelado como un auténtico fresco. Acompañado de un socio preparadísimo para el timo moderno, un profesor de ESADE, fue pegando sablazos a todo el que pudo llevando por delante la poderosísima arma de ser quien era: yerno del rey, familia real.

Son miles los españoles que al tocarse la conciencia y preguntarse como habrían actuado de haber sido Matas o Rita Barberá, se responden que igual que los políticos populares, es decir, aprobarle el proyecto que trajera el aristócrata sin más preguntas, sin mirar, atendiendo solo con el ojo a ese lugar exacto donde estampar la firma. Porque lo pedía un miembro de la Casa, porque sería un honor compartir motivos con él, porque ayudaría al brillo y oropel de su institución periférica. Ese era el poder de Urdangarin y el pie cojo del político.

Ahora, cuando el río de informes policiales, interrogatorios y pruebas se embalsa en un juzgado de Palma de Mallorca, vuelan correos electrónicos lanzados como saetas ardientes contra el rey y su familia tratando de que la Casa quede atrapada, que parezca que fue la Zarzuela el nido de la serpiente, el cuartel general del sablazo. Los arqueros de semejantes recados, las palomas mensajeras negras que se posan en los alféizares de las redacciones son, sin embargo, soldados a la defensiva, la penúltima pataleta del profesor butronero y de esos políticos complacientes ayunos de todo valor.

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