Hablamos de corrupción en el ámbito político cuando se utiliza el poder público en beneficio privado por parte de quienes lo ostentan, una situación frecuente pero no exclusiva de las autocracias no democráticas, pues también en estados democráticos se puede recurrir a prácticas enviciadas como modo habitual de enriquecerse de quienes actúan al amparo de la impunidad que les confiere su estatus o cargo público. Cuando esto sucede con reiteración, la sociedad tiende a fragmentarse en una minoría de ricos y una mayoría de pobres por la consecuente depauperación de las clases medias.


Instauración de la corrupción
Una vez la ciudadanía se acostumbra a las praxis corruptas de sus dirigentes y las asume como un fenómeno consustancial e inevitable, surge una sensación de desprotección, una tendencia al individualismo y un escepticismo que aboca en una falta de compromiso social por parte de los ciudadanos.

Consideremos que, desde una perspectiva social, los miembros de una colectividad tejen una red de expectativas recíprocas cuyo funcionamiento depende de la confianza de cada cual en que los demás realicen las funciones  que de ellos se esperan. Pero si esto falla –sobre todo porque los dirigentes antepongan su ambición al interés colectivo– surgen crisis de desconfianza y falta de credibilidad en el estamento político.

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