A pocos días para las elecciones, las encuestas siguen pronosticando unos niveles de abstención extraordinariamente altos, especialmente entre los votantes habituales de la izquierda. Y aún siendo explicable esta situación, a causa del contexto de crisis económica e institucional vigente, debemos advertir que sus consecuencias podrían resultar del todo contraproducentes para los principios y los intereses de los propios abstencionistas.

Hay quien dice abstenerse por “desafección” hacia la política hegemónica en nuestro tiempo. Y la paradoja reside en el hecho cierto de que cuanto más crezca el número de críticos abstencionistas, más valor tendrá el voto de quienes se muestran partidarios del statu quo. Quienes reivindican el cambio han de expresarlo y promoverlo con su voto. Lo contrario solo conduce a la consolidación de aquello que se critica.

Otros dicen abstenerse porque “todos son iguales”, y muestren el color que muestren unos y otros partidos en sus carteles, el sentido de las políticas que aplican en los gobiernos resulta muy similar. En realidad, tal semejanza tiene mucho que ver con la doctrina de la “austeridad expansiva” que el stablishmentmerkeliano impone con su mayoría en las instituciones europeas. Y la única manera de permitir un giro hacia estrategias anticíclicas en los gobiernos nacionales consiste en cambiar esa mayoría. ¿Y cómo se cambian las mayorías en democracia? Votando.

Algunos reivindican la abstención en estas elecciones europeas porque Europa ha pasado de sueño a pesadilla. Si algún día fue referencia ideal para el triunfo de las libertades civiles y los derechos de ciudadanía, hoy solo es fuente de recortes y sufrimientos. Pero la salida a esta queja bien fundada no puede estar en la abdicación del poder democrático para cambiar las cosas que tenemos con nuestro voto. Si queremos una Europa distinta, tenemos que conquistarla con el voto.

Pincha aquí para seguir leyendo el blog de Rafael Simancas