La sensación de desgobierno se vive en cualquiera de las latitudes de este país llamado España. Vivimos en una permanente toma de decisiones gubernamentales en las que no se observa acierto, a tenor de unos resultados que o no se dan, o no se esperan o no hay forma de que se produzcan. Todo parece indicar que se trata de inducir por los gobernantes actuales que la ciudadanía piensa, crea o espere que las cosas van a mejorar. Pero en lo esencial, nada es esperanzador. Nadie descubre unas posibles claves que permitan pensar que en un periodo de tiempo finito, vuelva el trabajo, mejore la capacidad adquisitiva y las gentes vuelvan a vivir algo parecido a lo que disfrutaron antes de que los actuales gobernantes entraran en el país y en las CCAA como elefante en cacharrería haciendo sonar todas los cencerros.

En el terreno económico el panorama no puede ser más tétrico. Se han ido diseñando acciones que, en ningún caso, han producido los efectos anunciados. Pero la cuestión no solo es que no mejora la economía, en especial haciendo crecer el número de puestos de trabajo, incrementando los contratos de trabajo decentes y retornando algo del estado de bienestar prometido. La cuestión es que se han abandonado patrones de conducta que, seguramente, nos llevan a posiciones sin retorno. Sorprendentemente, al tiempo que se tomaban medidas recaudatorias incrementando el IVA, para lograr mayores ingresos, cosa que no ha logrado en modo alguno en la medida como debiera haberlo hecho. El problema se ha convertido en una cuestión fundamental y de fondo, por cuanto todo lo que ha hecho que los ciudadanos perciban como arbitrario, retrae la conducta de su nivel obligatorio, solidario, colaborativo, por entender que se les maltrata en exceso y no en forma equilibrada. Hay otras medidas, que por sí solas invalidan la potencial equidad, deseable y obligada cuando se trata de aspectos fiscales. Los impuestos caen sobre las espaldas de los asalariados en mucho mayor grado que sobre lomos de las rentas del capital. Esto castiga a los trabajadores, a los asalariados.

La economía sumergida está alcanzando cotas insoportables. Se habla de que un 22% del PIB está sumergido. Otros opinan que más del 30%. El IVA no logra un nivel de compromiso en la ciudadanía. La conciencia fiscal está gravemente enferma. Pero, más, el ejemplo descorazonador de la corrupción en las instancias públicas, solo tienen parangón con el despilfarro de algunos políticos que en unos momentos críticos como los actuales, han propiciado oscuras inversiones que han resultado fiascos fenomenales. Los aeropuertos sin aviones, paradigma del disparate desmotivador para una ciudadanía que no tiene ninguna seguridad de que sus euros se van a emplear en proyectos colectivos necesarios, eficaces y rentables.

Todo parece indicar que no hay lamentos en la conducta fiscal de los ciudadanos. Si no se paga, si se evita la contribución, si se omite la declaración, si se busca la ocultación y, en ningún caso se siente una incomodidad por la no contribución, deliberada, tramposa e insolidaria a la colectividad, la enfermedad social es evidente. La conciencia fiscal está enferma. Curiosamente al gobierno actual no le preocupa demasiado la lucha contra el fraude, dado que poca es la inversión que hace para evitarlo. Ni siquiera se plantea que nivel de inversión en inspección tendría que efectuar para rentabilizarla. Si esto no preocupa, no puede preocupar cual es la conducta de los ciudadanos.

Solo así se puede entender la famosa amnistía fiscal que perseguirá a Montoro hasta la tumba, como la más denostada de sus actuaciones y los planteamientos como el que subyace en el mantenimiento de que las empresas pagan el 4% sobre beneficios. Y estas y otras iniciativas son las que propician poco ejemplares conductas por parte de los ciudadanos, que pocas motivaciones positivas perciben. El problema es relevante. Se deteriora por momentos la conciencia fiscal. Cada vez es más complicado encontrar fieles cumplidores de las obligaciones solidarias para que colectivamente podamos disfrutar del nivel razonable para un país que se precie. Hace mucho tiempo que los síntomas son alarmantes y no parece que haya iniciativas reparadoras. Muy al contrario se refuerza en la dirección equivocada. Esta es la peor de las consecuencias de las equivocadas políticas que el PP se empeña en imponer. Unos euros son cantidades. Una conducta reforzada negativamente es implantar valoraciones antisociales, insolidarias y deplorables. No hay ninguna señal de mejoría.

Alberto Requena es Presidente del Partido Socialista de la Región de Murcia