Tres mil personas recorrieron ayer el centro de Palma en protesta por la saturación turística – dicen – que vive el archipiélago balear. “Tourism go home”. Al mismo tiempo, otras tres mil personas acudieron al Megapark de la Playa de Palma para celebrar el inicio de la Octoberfest alemana entre cerveza y jarana. Las crónicas afirman que ha aumentado el número de asistentes españoles. Ambos actos y su proporción tienen su enjundia en el debate que vive Mallorca en torno al turismo.

La turismofobia ha sido la palabra tótem del verano. En las calles de Palma han proliferado las pintadas con el lema “tourism kill the city”. Las redes sociales han albergado la sobreexposición de noticias sobre escándalos con turistas borrachos, peleas y altercados. En los pasillos de la política se han producido intensas presiones sobre el Govern de Balears, sobre todo en la conselleria de Turismo, que gestionan los independentistas de MÉS. Su titular, Biel Barceló, se vio envuelto en un presunto escándalo por encargar trabajos remunerados a la empresa de su director de campaña electoral. Algunos sectores de su propio partido, además de Podemos, reprocharon con firmeza su actitud. Para desviar la atención y proyectar su compromiso con las políticas más audaces de su partido, puso en marcha la prohibición del alquiler vacacional de pisos, especialmente en Palma.

Esta actitud ha sido uno de los hitos importantes de la temporada y ha causado gran satisfacción entre los hoteleros. Conviene señalar que el propio Govern ha detectado que 7 de cada 10 hoteles albergan camas ilegales. Los hoteleros poseen alrededor del 70% de las plazas turísticas, pero la realidad es que la única medida contra la supuesta saturación turística se ha producido sobre el sector del alquiler vacacional (13 %  de plazas), que si bien lo gestionan algunas empresas extranjeras importantes, no es menos cierto que gran parte proviene de pisos de vecinos de la ciudad que han encontrado en esta actividad una forma de aumentar ingresos y, en algunos casos, de alternativa al sueldo perdido por la crisis.

La turismofobia que ha eclosionado este verano en Balears tiene algo de aproximación emocional más que empírica. La queja se refiere al número de turistas, que consideran exagerado, pero la realidad señala que Balears ha sufrido un crecimiento poblacional (residencial, no turístico)  en torno al 30% de lo que va de siglo; eso sí que es un alud que tensa las costuras de las islas. La queja se dirige al exceso de coches de alquiler, pero las cifras dejan claro que Balears es la comunidad con mayor número de vehículos residentes: prácticamente uno por habitante.

Las dos manifestaciones de ayer que empataron en participantes (manifestación antiturística y Octoberfest) reflejan la realidad balear y sus contradicciones. En cualquier caso, de momento no hay calendario de manifestaciones masivas para la subida de sueldos (de los más bajos de España), por la precariedad de la contratación laboral (los contratos de menos de un mes han crecido un 18%), o por la inestabilidad del sistema de pensiones (vaciada la hucha, se empiezan a pagar con créditos bancarios…)