Hace escasas fechas se me invitó al programa de IB3 Radio  La ruta d,Orfeu dirigido por Pere Estelrich. Se trata de un magnífico programa que oscila en torno la música clásica. Se me solicitó que pieza musical quería que fuera coprotagonista. Y fui con toda probabilidad políticamente incorrecto al proponer la fantástica melodía (¡al menos para mí!)  Parole, Parole, Parole cantada por Mina, que incluye una parte recitada por una voz masculina (  con Adriano Celentano como mejor partner). En cualquier caso, intenté compensar mi osadía (¡creo que lo conseguí!) incluyendo también el Cant del ocells que  Pau Casals interpretó en la Asamblea General de la  ONU el 27 de abril de 1971, a sus 95 ,con ocasión de concederle de la Medalla de la Paz.

La elegí por su melodía, por su interprete, y también por su letra. La palabra es protagonista. Palabras, palabras, sólo palabras, entre nosotros. En mi intervención radiofónica me pregunté (y me sigo preguntando) si en un mundo lleno de palabras como el nuestro, el uso de la palabra se ha convertido en un diálogo de sordos, o aún peor en un diálogo de besugos. Léase “una situación en la que uno intenta decir algo (o no decir “nada”) y el otro interlocutor no lo entiende para nada o entiende otra cosa diferente”. Me voy a concretar a un marco de inmensas posibilidades: múltiples redes sociales teóricamente universales y abiertas a todos/as; instrumentos fantásticos de acceso a la información personal, a la intercomunicación más allá del tiempo y del espacio, y a la creación de lazos y relaciones compartidas. Sin embargo, sin negar éstas y mil otras virtualidades, es un hecho una cierta degradación en sus usos, ya sea por parte de Instituciones y Organismos de diversa naturaleza y con intereses múltiples, ya sea por parte de sus mismos usuarios. Estamos atrapados entre la sobresaturación de noticias y su inmediatez. Lo que hoy es noticia en escasas horas ya no lo es, siendo sustituida por otra. La imagen macabra de un niño muerto de tres años en una playa de una isla griega que conmovió al mundo, hoy yace en el baúl de los recuerdos.

Voy más allá. La mentira y la falsedad se están adueñando de la red. Tiene forma de intangible, pero sus consecuencias son profundas y su capacidad de producir puede ser insaciable. En ella se oculta un bien preciado capaz de movilizar sociedades, cambiar gobiernos o hundir grandes empresas. Es la mentira, el nuevo negocio, el más rentable en tiempos de posverdad. Ni siquiera hay que buscarla, basta con fabricarla, basta con un trabajo previo de prospección de puntos débiles y de fijación de objetivos. Se puede ‘extraer’, fabricar en múltiples formatos: difamación, falsedad vestida de verdad, creatividad malintencionada oculta en mensajes inocentes…En los medios de comunicación tradicionales, controlados por profesionales de la información, se espera que lo que aportan tenga ciertas garantías de veracidad; “pero en las redes sociales no hay códigos deontológicos, prima la jungla, por eso en muchos casos el único objetivo es generar un contenido para poder viralizarlo rápidamente. A efectos de manipulación estamos ante la coctelera perfecta”.

Tal perversión afecta a su usuario no sólo como víctima de falsedades, medias mentiras y/o medias verdades, sino que también puede convertirlo (de hecho ya es así) en creador y/o difusor de sus “posverdades”. Y tiende a hacerlo desde “su propia verdad”, a descalificar cualquier atisbo de discrepancias aunque forme parte de sus “amigos” de Facebook, Twiter, Instagram…. En realidad se libra la misma guerra de siempre, crear caos en el rival, pero ahora “llevándolo a un terreno digital”. Hoy un informático puede ser mucho más útil que un buen soldado. El objetivo ahora no necesariamente pasa por acabar físicamente con el rival, bastar con atacar su reputación, que es donde creo que se van a librar muchas de las guerras, en el terreno de lo político y social. Como mínimo hay centenares de ejemplos de falsedades reproducidas en las redes y a través de miles de watshaps como si fueran verdades irrebatibles, a veces incluso transferidas a medios de comunicación convencionales por aquello de que la “inmediatez” no les permite (?) verificación previa. En el debate político en las redes en los últimos meses las posverdades han tomado carta de ciudadanía. Y mucho me temo que en la campaña electoral en Catalunya corremos el riesgo de convertir unos y/o otros a los adversarios, como mínimo, en fachas. Y si uno se mantiene “equidistante” de unos y otros es simplemente un cobarde que no quiere mojarse aquella nuestra parte baja trasera.

Y la penúltima gran mentira (¡nunca es la última!) en las redes:  la pretendida (cuasi) certeza de que el gobierno de España falsifique los resultados de las elecciones del 21.D en caso de no serles favorable. Parece que, incluso, un determinado partido ha acudido a la UE solicitando la presencia de observadores europeos, para así poder garantizar unas elecciones limpias. Y lo grave es el nivel de credulidad en amplios sectores. No dan por válido los controles democráticos a través de los interventores de todos los partidos políticos en las mesas electorales y en el recuento de votos. El régimen democrático español tiene lagunas muy mejorables, pero resulta inaceptable tal sospecha que lanza un obús mortífero a una de líneas de flotación del sistema democrático, el proceso electoral. Me temo, ojalá yerre, que los 15 días de campaña se convierta en ley y norma la descalificación del adversario, sin ningún atisbo de programa electoral. 

Parole,Parole,Parole…