“Somos inmaculados. Nunca dejaremos de ser más que un club”. Joan Laporta podía haber acabado su conferencia de prensa para exculpar al Barça del caso Negreira tras pronunciar esta solemne sentencia. La primera parte de la frase, al menos por lo que refiere a la administración del club por parte de cuatro presidentes durante 18 años, deberá defenderla muy probablemente ante un tribunal, de prosperar la investigación en curso; la segunda parte, el hecho existencial y diferencial del club azulgrana, forma parte del pretencioso humo patriótico que envuelve permanentemente al Fútbol Club Barcelona.

Laporta habló mucho para no responder a la pregunta clave: ¿por qué el Barça pagó 7,3 millones al vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros, Enríquez Negreira, si los informes que los justifican no servían para nada, según han explicado diferentes fuentes del club? El actual presidente de la entidad eludió dar respuesta a las sospechas de mala administración del dinero del socio, pero se centró en afirmar que el club nunca buscó alterar la competición, con la intención evidente de apaciguar a la UEFA, que considera la corrupción deportiva como la clave de una eventual sanción. Cumplido este primer objetivo de negar la compra de árbitros y de señalar a Javier Tebas, presidente de la Liga de Fútbol Profesional, como el enemigo público número uno del barcelonismo, dio un curso de instrumentalización de la fe culé como hacía tiempo nadie daba en Cataluña.

Y aquí, claro, el enemigo ya es el Real Madrid, “el equipo del régimen”, o sea del estado opresor y el propio estado a través del Ministerio Fiscal, aunque a Laporta no le hizo falta precisar tanto para asegurar que la actual campaña de desprestigio contra el Barça “es el ataque más feroz que ha sufrido en toda la historia de la entidad”. El socio y el catalán nacionalista ya le entienden. Por si acaso, el presidente del Barça remachó el peligro: “Quieren destruir uno de los elementos identitarios más potentes de Cataluña”.

En Cataluña todo es más de lo que le puede parecer a un forastero. La abadía de Monserrat es más que una abadía, la Generalitat es mucho más que un gobierno autonómico, la Caixa mucho más que un banco y así sucesivamente. En realidad, que el Barça pretende ser más que un club es una idea publicitaria, atribuida a Xavier Coma, para ser utilizada por Agustí Montal en su campaña a la presidencia del Club de Fútbol Barcelona en 1969. Montal ganó por 14 votos a la candidatura rupturista encabezada por Pere Baret y dejó un lema para la eternidad, que posteriormente sería glosado a destajo para cualquiera que buscara un titular agradable para la masa social más importante de Cataluña.

El Barça ha sido muchas cosas para el culé, entendido este como un seguidor del club que va mucho más allá de la fidelidad deportiva y emocional de un aficionado al fútbol. El escritor Vázquez Moltalbán creía ver en los jugadores del Barça al ejército que Cataluña no tiene desde hace siglos, pero ninguna aportación ha tenido el éxito de la de Montal. Cassià Just, abad de Montserrat en 1974, santificó el lema al afirmar que “el Barça es mucho más que un club y Montserrat representa mucho más que un monasterio”. Artur Mas, siendo presidente de la Generalitat y habiendo ganado el club azulgrana una de sus últimas Champions, sentenció: “el esfuerzo, la perseverancia, la imaginación, los valores del Barça, son los valores de la historia de Cataluña”. Cerrado el circulo de la identificación Barça-Cataluña, ya solo un puñado de disidentes y herejes pusieron en duda el dogma al que Laporta puede abrazarse para apelar al enemigo exterior y eludir las explicaciones de la mala administración.

Joan Manuel del Pozo, filósofo y ex consejero de Educación y Universidades de la Generalitat en 2006, seguidor del Barça que no milita en el integrismo nacional-deportivo, ha dejado dicho que “la gran perversión de la fe culé es la pretensión de mantener el efecto simbólico que tenía el Barça durante la dictadura como si esta dictadura todavía estuviera viva”. Laporta dio toda una exhibición de la utilidad de dicha fe para tapar lo inexplicable.