En este último martes de campaña, la entrevista de Pepa Bueno (SER) a Pablo Iglesias me ha recordado una película de James Dean - “Rebeldes sin causa” - donde los protagonistas, unos jóvenes cabreados con la vida en general, pero buenos chicos en el fondo, organizaban unas locas carreras de coches cuyo ganador era quien frenaba más cerca del precipicio. Reconozco que no es un demonio rabioso como quiere la derecha, pero a mí que no me busquen en el asiento trasero de su coche ni tampoco creo que nadie con dos dedos de frente se suba.

A pesar de su reconversión en santo, educado y virtuoso varón, Iglesias conserva su adanismo primitivo: al creer que no ha existido nada ni nadie antes que él, lo inventa todo, tiene solución inmediata para cada problema después de haber encontrado un problema para cada solución de los socialistas hace tan solo unas semanas. Está seguro de haber descubierto América en las tierras que avizora ya sin catalejo, pero ignora que cuando llegue no será más que el turista 300 millones.

¿Pensiones? Pongo un impuesto a las grandes fortunas y listo; las garantizo de un plumazo ¿Jueces? Elegidos con participación popular (no dice cómo, seguramente votando en internet) ¿Reducción del déficit? Alguien tendrá que decirle a Bruselas que el PP ha incumplido varias veces el listón del déficit y no ha pasado nada ¿Reactivación de la industria? Modernizaremos nuestros astilleros para que sean competitivos en todo el mundo…

Con todo, su mayor capacidad radica en el camaleonismo de tono, solo al alcance de los ventrílocuos más célebres. Cuando tuvo a Pedro Sánchez por arriba en votos lo trató de patán al que su propio partido iba a echar a patadas. Ahora, cuando las encuestas lo colocan por debajo, es el compañero de viaje ideal de pacto con el que haremos grandes cosas juntos… que yo le ordenaré porque seré presidente….

Definitivamente, no me subiré a su coche en esa carrera alocada. Ni siquiera se lo compraría. Y mucho menos su moto, por mucho que me la intente vender.