Después de la celebración, en un hotel de Bruselas, de una nueva reunión del grupo parlamentario de Junts per Catalunya (JxCat) con el expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont, se extiende aún más la sensación de inquietud y desconcierto en amplios sectores del movimiento independentista catalán. El empecinamiento de Puigdemont y su reducido número de seguidores adictos e incondicionales, cada vez más reducido, en su pretensión de mantener el reto institucional, político y jurídico con el Estado, incluso agudizándolo, hace que cada día sean más los secesionistas que se sientan más alejados de una hoja de ruta que saben que únicamente conducen al desastre. Entre otras razones porque existen indicios más que suficientes para sospechar que lo que en verdad desean Puigdemont y los suyos es la convocatoria de unas nuevas elecciones autonómicas -convocadas por segunda vez por el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, en aplicación del artículo 155 de la Constitución, todavía plenamente vigente. Y son muchos los independentistas que temen que unos nuevos comicios autonómicos pueden dar unos resultados en los que la suma de las tres formaciones secesionistas no conseguirían revalidar su actual mayoría absoluta, de 70 escaños sobre un total de 135.

Más allá de los resultados del último sondeo del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat (CEO), que indicaban que en apenas tres meses el porcentaje de independentistas se había reducido en el 8%, pasando del 48% al 40%, hay también otros indicios claros de hastío, cansancio y fatiga entre sectores muy amplios del secesionismo catalán. Sin duda alguna siguen siendo aún muchos quienes se mantienen inasequibles al desaliento, inalterables en su creencia en la fe del carbonero, pero los síntomas de desafección son cada día más evidentes. Por ejemplo, en el descenso del número de independentistas que se siguen manifestando, obedeciendo en todo momento las consignas dictadas por las organizaciones cívicas en las que se articulan. También es cada día más obvia la división entre estas mismas organizaciones cívicas y sobre todo entre las tres formaciones políticas separatistas con representación en el Parlamento, e incluso en el interior de alguna de ellas, en concreto en JxCat.

Visto lo visto estos seis últimos años, mucho me temo que, al menos hoy por hoy, es más que probable que nadie se atreva a parar el independentismo

¿Quién osará decirle a Puigdemont que está desnudo, como aquel niño de un cuento de Hans Christian Andersen que se atrevió a decir que el rey iba desnudo? ¿Quién se atreverá a ponerle el cascabel al gato? ¿Tan grande es el temor reverencial que provoca Puigdemont entre el conjunto del secesionismo que nadie osa poner el freno al tren que avanza sin control hacia el precipicio? Visto lo visto estos seis últimos años, mucho me temo que, al menos hoy por hoy, es más que probable que nadie se atreva a hacerlo, ni tan siquiera a intentarlo, porque ya ha quedado más que demostrado hasta dónde llega la furia inquisitorial implacable de los ortodoxos de la única verdadera fe independentista con todos y cada uno de sus heterodoxos, ya que uno tras otro han sido arrojados a la hoguera al mínimo gesto de flaqueza o tibieza.

No obstante, la convocatoria de unas nuevas elecciones autonómicas, que de celebrarse tendrían lugar antes del próximo verano, podría acabar resultando el principio del fin del proceso independentista. Si el secesionismo se quedase sin su actual mayoría parlamentaria absoluta, se abriría en Cataluña una nueva etapa, sin duda alguna incierta y problemática, pero habríamos acabado una muy larga, interminable etapa errática y suicida.