El presidente del gobierno de la Generalitat intenta recuperar la idea de alcanzar un acuerdo de claridad con el Gobierno central para convocar un referéndum de autodeterminación, haciendo caso omiso del rechazo que tal idea cosechó en el Parlament en septiembre de 2022, a los pocos días de formularla. En aquella votación ERC obtuvo solo el apoyo de En Comú Podem, ahora, ni eso. El efecto de la pócima del referéndum que siempre suele funcionar en el universo independentista duró lo que duró la comparecencia de Pere Aragonés por el tufillo electoralista de la iniciativa (condenada al fracaso por el gobierno de Pedro Sánchez desde el primer día) y por el evidente uso instrumental de la propuesta para tapar el memorándum de problemas que acechan al gobierno catalán (desde la pertinaz sequía a la crisis por la sucesión de Laura Borràs, pasando por las novedades judiciales sobre el Tsunami Democrático y el papel de la secretaria general de ERC, Marta Rovira).

La pócima tiene como poco dos acepciones. La del brebaje mágico que todo lo puede y la del mejunje desagradable que nadie quiere beber. En esta ocasión se ha impuesto la segunda versión, dadas las circunstancias electorales en las que se ha producido la resurrección de una idea de Pere Aragonés que fue enterrada por la cámara catalana a los pocos días de ser formulada. Era de prever que así sucediera, pero ERC no tiene otra propuesta a la que agarrarse mientras que las dificultades de su gobierno en minoría se le multiplican a las puertas de las elecciones municipales.

Para el Gobierno de Pedro Sánchez no da lugar ningún acuerdo de claridad porque no hay ningún referéndum de autodeterminación a convocar. La ministra de Hacienda y el ministro de la Presidencia se reafirmaron este martes en el rechazo anunciado en septiembre: la Constitución no lo contempla y no hay nada más que hablar. Para Junts y casi todos los independentistas que no militan en ERC, el simple enunciado de la propuesta es una herejía por considerar que se deslegitiman las leyes de desconexión de septiembre de 2017 y la proclamación efímera de la independencia en octubre del mismo año. ¿Cómo vamos a buscar ninguna claridad para hacer un referéndum si ya hicimos uno en 2017 y lo ganamos?, se preguntan los más indignados.

Pere Aragonés, por su parte, no se desanima. A pesar de haber verbalizado hace unos meses que ya tenía conciencia de que la Constitución no permitiría ningún referéndum de independencia, el presidente de la Generalitat se mantiene firme en su vía particular al estado propio. Por una parte, juega al escondite con la hipótesis aceptada en algún momento por los socialistas de someter a consulta los acuerdos de la Mesa de Negocación, ahora en hibernación, elevando esta consulta consultiva sobre el futuro de Cataluña a la categoría de referéndum de autodeterminación. Por la otra, se escuda en una tesis que ha repetido a menudo. En esta ocasión también lo ha hecho: “Todas las negociaciones comienzan con un “no”, y es el primer paso para empezar a hablar”.

Tal afirmación dijo cuando la primera exigencia de su compromiso de investidura, la amnistía, chocó con la negativa inicial y sostenida del gobierno Sánchez. Luego resultó que la amnistía no pudo ser, ni tampoco una desjudicialización “que tuviera los efectos de una amnistía”. Ahora, para mantener viva la segunda promesa de inicio de mandato, recupera esta frase relativizadora del rechazo general, tanto de Madrid como de los partidos a los que piensa convocar tras las elecciones municipales para alcanzar un eventual pacto de claridad. Todos menos Vox serán llamados y todos, por una razón u otra, han anunciado que van a desmarcarse de los republicanos.

Faltan muchas semanas para que Aragonés cite a los grupos parlamentarios. Falta mucho menos para que la Junta Electoral Central desencalle la crisis Borràs, probablemente se pronunciará antes de que el pleno del Parlament afronte, en el pleno de mayo, la propuesta del PSC para descabalgar definitivamente a la suspendida  presidenta de la cámara de su cargo. La pócima de Aragonés puede transformarse en hiel antes de Sant Jordi.