¡Menudo rebote pilló el pasado sábado por la tarde el todavía presidente de la Generalitat, Quim Torra, cuando supo que Pere Aragonés, su vicepresidente y coordinador general de ERC, había negociado y acordado con el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, la abstención de los diputados de su partido en el Congreso en la sexta y última votación para extender por quince días más el estado de alarma!

A Quim Torra esta sensata decisión de ERC le llevó de la estupefacción inicial al cabreo puro y simple. Estaba indignado e irritado. Consideraba desleal el acuerdo que sus socios de coalición gubernamental habían alcanzado con el líder socialista, a quien Torra, en una de sus tan frecuentes incontinencias verbales, ha llegado a calificar de “engañador profesional”. Partidario siempre de la confrontación sistemática con el Gobierno de España, el presidente vicario, que solo actúa siguiendo las órdenes recibidas de Waterloo por su antecesor en el cargo, el fugado Carles Puigdemont, pasó del enojo y disgusto inicial al puro rebote. Su enfado inicial fue en aumento, se cruzó palabras muy subidas de tono con su vicepresidente. Y terminó dictando su propia sentencia, que de tan obvia se acabó convirtiendo en una nueva salida de tono simplemente hilarante, poco menos que chistosa, sin duda alguna expresión de su ya más que demostrada incapacidad personal y política para presidir lo que es la máxima institución de autogobierno de Cataluña.

“Esta decisión de ERC no vincula al Gobierno de la Generalitat”, tronó Quim Torra, casi como si con ello quisiera actuar como un nuevo Gran Inquisidor, capaz de lanzar su anatema contra unos herejes. ¡Pues claro que no, señor Torra! Como tampoco vincula a su Gobierno el alineamiento de los diputados de JxCat en el Congreso con los del PP, Vox y las CUP, esa mezcla explosiva y tan extraña -¿o no?- de quienes constituyen el frente del no.

Las pugnas y querellas internas entre JxCat y ERC han sido incesantes en estos dos últimos años de su coalición gubernamental, con constantes ataques cruzados entre ambos socios. Si el Gobierno presidido por Torra no ha saltado todavía por los aires ha sido tan solo porque únicamente el propio presidente es quien, naturalmente previa orden o autorización de Puigdemont desde su residencia en Waterloo, puede disolver el Parlamento de Cataluña y proceder a la convocatoria de nuevas elecciones autonómicas. Unos comicios en los que ambas formaciones políticas saben muy bien que competirán entre sí, ahora más que nunca a cara de perro, por la hegemonía del voto independentista: para intentar mantenerlo, en el caso de JxCat, para conseguir hacerse finalmente con él, en el caso de ERC.

Durante estos dos últimos años los encontronazos públicos y privados entre estos dos grupos políticos han sido la norma, no la excepción. Lo han sido no solo en el seno del mismo Gobierno de la Generalitat -la caótica y desconcertante gestión de la crisis sanitaria que padecemos ha sido un triste y reiterado ejemplo de ello, como lo ha sido y es aún la incapacidad absoluta para encontrar alguna solución viable a la ahora ya irreversible marcha de Nissan de Cataluña-, sino también en numerosas administraciones territoriales. La inteligente y hábil política de pactos que el PSC supo tejer, después de las pasadas elecciones locales, en un buen número de municipios, consejos comarcales y diputaciones provinciales -conviene recordarlo ahora: de la mano experta de Salvador Illa, siguiendo órdenes de Miquel Iceta- también hizo saltar muchas chispas entre JxCat y ERC. Sin casarse con unos ni con otros, los socialistas recuperaron gran parte del poder territorial perdido y, al mismo tiempo, agudizaron y pusieron en evidencia las discrepancias estratégicas y sobre todo tácticas entre ambas formaciones secesionistas.

El activista Quim Torra, por completo negado para el diálogo, la negociación, la transacción y el acuerdo porque sigue viviendo instalado en su propia idealizada ensoñación de la Cataluña de los lejanos y por fortuna superados años 30 del siglo pasado, prefiere el “sostenella y no enmendalla” que sitúa a JxCat en la inoperancia e inutilidad parlamentaria, en lo absolutamente prescindible. Mientras, ERC ha sabido corregir sus anteriores desaciertos y ha optado por el realismo y el pragmatismo, consciente que la política sigue siendo el arte de lo posible.