Como ya sabemos, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que se gestaron en la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible, de Río de Janeiro, tienen la misión de crear un conjunto de objetivos mundiales relacionados con los desafíos ambientales, políticos y económicos con los que se enfrenta nuestro mundo.  Los ODS tomaron el relevo de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), de  2000, que lograron enormes avances, con una actividad  muy centrada en la lucha contra la pobreza extrema y el hambre, prevenir las enfermedades mortales y ampliar la enseñanza primaria a todos los niños.

El nuevo y audaz impulso de la ONU trata de finalizar lo que entonces se  inició, reduciendo aun más las desigualdades y contribuyendo a que prosperen las economías, creando un planeta más sostenible, seguro y próspero para la humanidad.

En 2015, cerca de 200 países se comprometieron con los 17 ODS y su cumplimiento para el año 2030.

Además de los éxitos contundentes en varios ámbitos apuntados - como la reducción drástica de la pobreza extrema -  la evaluación de los programas y proyectos de los ODM nos dejaron relevantes lecciones que debemos aprender, entre ellas que los grandes Objetivos están interrelacionados, de modo que, con frecuencia, el éxito de uno influye de manera notable sobre cuestiones vinculadas con otros.

Sabemos también que las organizaciones privadas, del tercer sector y las públicas han de avanzar al unísono. Y en cuanto a estas últimas, los líderes públicos - políticos y técnicos - se convierten en catalizadores decisivos.

El Objetivo 16 de los ODS recoge la intención de “crear instituciones eficaces, responsables e inclusivas a todos los niveles” y entre sus metas encontramos llamadas a “reducir sustancialmente la corrupción y el soborno en todas sus formas, crear instituciones eficaces, responsables y transparentes a todos los niveles, y garantizar la adopción de decisiones inclusivas, participativas y representativas que respondan a las necesidades a todos los niveles, y ampliar y fortalecer la participación de los países en desarrollo en las instituciones de gobernanza mundial”.

Según personas expertas y del mundo académico, la calidad del liderazgo público de carácter técnico, de la dirección pública profesional, en cuanto a su independencia, formación, experiencia, competencias y valores, puede impactar muy positivamente, para avanzar en las metas descritas.

De ahí que los abajo firmantes, miembros de la Asociación de Dirección Pública Profesional, de España, nos hayamos comprometido a generar un espacio de intercambio de buenas prácticas, a modo de congreso mundial de dirección pública profesional, que permita un benchmarking de experiencias de institucionalización, selección, vinculación, formación, evaluación, retribución…

Son muchos ya los países de todos los continentes que han hecho un importante recorrido en cuanto a la profesionalización de su dirección pública, de manera diversa. Pero son más los que aun están lejos de contar con los perfiles más adecuados para ser más eficaces y más eficientes, para conseguir esas sostenibilidad, seguridad y prosperidad, lo más participadas, densas y extensas posibles.

La Agenda 2030, cuyo tramo decisivo, la próxima década, comenzará dentro de unos meses, necesita a los mejores perfiles políticos y técnicos,  al frente de nuestras instituciones públicas. Y para ello entendemos que debemos contribuir identificando y compartiendo conocimiento para un aprendizaje común.

Víctor Almonacid, Lorena Andreu, Sergio Benítez, Isabel Bermúdez,  Javier Bustamante, Gerardo Bustos, Concepción Campos, Manuel Castaño, Fermín Cerezo, Benjamín Cogollos, Borja Colón, Bernat J. Ferrer, Fernando Gallego, Carlos Hernández, Rodrigo Martín, Fernando Monar, Ascen Moro, Esther Pérez Alonso, María J. Suasi, Carlos Suso, Enrique J. Varela y Antonio Villaescusa, son miembros de la Asociación de Dirección Pública Profesional, de España.

Fernando Monar

 Fhoto: @providende_doucet_UNSPLASH