Pablo Casado ha destituido a su portavoz parlamentaria Cayetana Álvarez de Toledo no por ser demasiado de derechas, sino por haber desoído sus órdenes de disimularlo. Nada hace pensar que Casado sea menos derechista que Álvarez, pero todo indica que está mucho menos pagado de sí mismo que ella: sin la soberbia de la una y la inconsistencia del otro no puede entenderse lo sucedido ayer en el Partido Popular.

El nombramiento y destitución de la portavoz en menos de un año indica que Pablo Casado no tiene una estrategia definida para el Partido Popular. Parece decir: “Esta es mi estrategia, pero si no les gusta tengo otra”. Con el nombramiento de Álvarez se situó en la órbita neocon de José María Aznar; con su destitución se aleja de ella, habrá que ver por cuánto tiempo.

Cayetana venía ejerciendo su cargo como si la dueña absoluta del mismo fuera ella y no el Partido Popular. O dicho de otra forma: se comportaba como si la presidencia del PP la ostentara ella y no Pablo Casado, y eso no lo aguanta ni la honrilla personal de ningún líder ni la naturaleza piramidal de ningún partido.

En su discurso de despedida de ayer Álvarez de Toledo volvió a exhibir sus habilidades dialécticas y su afilada inteligencia, pero también su astucia ratonera para escabullirse de la acusación generalizada de estar más cerca de Vox que de Génova.

La exportavoz explicó que ella nunca ha sido la radical que pinta todo el mundo, pero no logró aclarar por qué todo el mundo la pinta como la radical que dice no ser. Cayetana es lo bastante inteligente para no reconocer a las claras su radicalismo porque ello le perjudica, pero no parece que sea lo bastante veraz para admitir esa impostura ni siquiera en el momento de su despedida, cuando poco tenía ya que perder.

Al dirigirse a Pablo Iglesias como el “hijo de un terrorista”, cuando el único delito del padre del vicepresidente segundo fue haber sido encarcelado por repartir propaganda antifranquista, la portavoz del PP demostró su escalofriante falta de piedad; al empeñarse, en contra del criterio del PP, en llevar al Constitucional la decisión de la presidenta del Congreso de suprimir tal ofensa del Diario de Sesiones, demuestra una arrogancia ciega frente al interés del partido que la había puesto donde estaba.

Parece evidente que Cayetana se cree más lista que su jefe de filas, y tal vez lo sea en muchas cosas, pero no en todas. Álvarez de Toledo tiene muchas virtudes, pero puede que la mayoría de ellas sean virtudes secundarias. La exportavoz no dice ‘Nosotros, el partido’, sino ‘Yo, Cayetana’, y ese es un lujo que solo puede permitirse quien es presidente; puede permitírselo Pablo, pero no ella.

En todo caso, si realmente Álvarez de Toledo piensa que el PP ha tomado una deriva perjudicial para la organización y para el propio país, debería ir pensando en postularse para, llegado el momento, disputar a Pablo Casado el liderazgo.

Si no es así, debería regresar a la FAES de Aznar, donde podrá lucir sin riesgo su inteligencia, deslumbrante pero cercenada por la ausencia de piedad.