Juan Manuel Moreno no dice que no vaya a pactar con Vox, lo cual significa lógicamente que no lo descarta, lo que a su vez significa que gobernará con la extrema derecha si la artimética parlamentaria lo obliga a ello. Que prefiere no hacerlo es obvio, además de ser, por cierto, democráticamente saludable.

Más allá de que ello pueda incomodar a la izquierda, Moreno no es Ayuso, de quien cabe sí decir que casi lamenta no haber necesitado meter a la extrema derecha en el Gobierno de Madrid. Pero no hay mal que por bien no venga: ella misma se ha transformado en Vox. Si Vox no viene a ti, ve tú a Vox. El de Ayuso es un caso peculiar de transfuguismo: la presidenta madrileña se ha hecho prácticamente de otro partido sin dejar de militar en el suyo.

En realidad, el transfuguismo de Isabel Díaz Ayuso es peculiar, pero no excepcional en sentido estricto. Ocurre con ella un poco lo que ha ocurrido con Íñigo Errejón o Yolanda Díaz: que se han pasado a la socialdemocracia sin dejar por ello de militar en partidos que nominalmente no son socialdemócratas.

El presidente andaluz no dice que no vaya a pactar con Vox porque ni quiere ni puede decirlo. Sus adversarios dicen que debería decirlo auque solo sea por higiene democrática, para que los electores sepan a qué atenerse, pero es que en política los adversarios suelen ponerse superestupendos y superkantianos a la hora de asignar categóricamente a los otros deberes que jamás se asignarían a sí mismos.

Es bien sabido, en todo caso, que no conviene que a uno se le caliente la boca al hablar de pactos poselectorales. Pedro Sánchez lo sabe mejor que nadie: antes de las elecciones del día 10 de noviembre de 2019 prometió no pactar con Podemos y el 11 por la tarde ya tenía medio cerrado el Gobierno de coalición con Pablo Iglesias.

El silencio de Moreno en relación a Vox obedece a razones obvias: si dice que no, o bien se ataría de pies y manos ante lo que pueda venir tras el 19-J o bien incumpliría cínicamente su palabra como hizo Sánchez; proclamar terminantemente que no pactará con los ultras equivaldría a asumir el onerosísimo riesgo –incompatible con la política profesional– de verse forzado a renunciar al poder y repetir elecciones en caso de negarse Vox a un mero pacto parlamentario con Macarena Olona fuera de San Telmo.

Y si dice que sí, no solo daría al electorado de izquierdas un poderoso argumento para la movilización, sino que además desacreditaría su doble –y hasta noble– aspiración a gobernar en solitario y a proyectarse en el imaginario de los andaluces como Príncipe de la Concordia y Alteza Serenísima. No me llaméis Presidente, llamadme Dogo, pues con Nos Andalucía ha dejado atrás su condición de Comunidad Autónoma para tomar el relevo de la legendaria República Serenísima de Venecia.

No en vano, en el mitin de arranque de campaña protagonizado ayer por la tarde en Málaga, Moreno agotó todo el campo semántico del vocablo ‘serenidad’. Se dibujó a sí mismo como sereno, tranquilo, calmado, centrado, prudente, esforzado, modesto, humilde, moderado, reformista… Solo le faltó citar la parábola del fariseo y el publicano: “Señor, te doy las gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, corruptos, chillones, radicales, socialistas...".

Para Juan Espadas, Inmaculada Nieto y Teresa Rodríguez combatir a ese Moreno investido con el cetro de la serenidad es complicado. No pueden desenmascararlo porque Moreno no está simulando un papel ajeno a su temperamento, pero sí pueden estar seguros de que, si no le queda más remedio que aliarse con Vox, lo hará y de que ese Moreno no será el que conocemos, del mismo modo que el Aznar de la mayoría absoluta del año 2000 no era el que habíamos conocido con la mayoría relativa de 1996.

Moreno ha sido moderado en la legislatura de 2018 porque iba con su carácter, porque se apoyaba en Cs y porque la estrategia de moderación obedecía a un certero análisis del posicionamiento ideológico mayoritario de los andaluces. Ese posicionamiento está cambiando, como cambió el de los españoles en el año 2000.

El Moreno de la legislatura de 2022 será probablemente muy distinto si roza la mayoría absoluta o se ve en la necesidad de gobernar con Vox: no quiere decirse necesariamente que el presidente sea un hombre mucho más de derechas de lo que aparenta ser, que puede que sea así, sino simplemente que, como la mayor parte de sus colegas hoy en día, es un político con una extraordinaria capacidad de adapción al medio porque de ella depende, lisa y llanamente, su supervivencia.