¿Cuánto cuesta morirse y ser enterrado o incinerado en España? Deben ser pocos los medios locales o nacionales que, con ocasión del Día de los Difuntos, no hayan intentado contestar muchas veces a esta pregunta.

Significativamente, las respuestas son muy dispares, y no solo por las diferencias de precio entre ciudades, sino por la opacidad informativa de las funerarias. “Es difícil tener de antemano información que ayude a elegir, ya que es un sector poco transparente y con poca competencia", declaraba un portavoz de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) a Antena 3 hace justo un año.

Las cifras

Según la Asociación Nacional de Servicios Funerarios (Panasef), en España un entierro medio cuesta entre 2.900 y 6.000 euros.

La estimación de Panasef la recogía la periodista Mercedes Benítez en un reportaje publicado en ABC de Sevilla, según el cual “aunque en la web de alguna de estas empresas ofertan un entierro con tarifas desde 1.095 o 1.445 euros con tanatorio incluido, es un reclamo, según reconocen desde las propias empresas: “Es un precio básico, pero cuesta mucho más”.

El testimonio directo recogido por EL PLURAL eleva bastante esta cantidad: en Sevilla, casi 7.000 euros, con incineración, no enterramiento, y escogiendo un féretro de gama media.

La web de la OCU ofrece, ofrece con fecha 20 de octubre estos datos:

-Un entierro cuesta de media unos 3.500 euros.

-De los costes del servicio funerario el féretro, arca o ataúd es el apartado más caro: un modelo común, sin lujos especiales, cuesta en teoría entre 600 y 2.600 euros. En la realidad, hay modelos que, sin estar en la gama alta, no bajan de los 4.000 euros.

-Una incineración cuesta de media 557 euros.

-Las flores varían, pero una corona mediana no baja de 100 euros.

-El alquiler del tanatorio por 24 horas (es habitual que sean hasta 36 horas) cuesta algo más de 500 euros.

-El servicio de inhumación, con alquiler de un nicho, tiene un precio que varía mucho: entre menos de 100 euros y más de 1.800.

El testimonio

Su nombre es L. Ha querido preservar su identidad y la de su familia, todavía de duelo por la muerte inesperada de uno de sus miembros, una mujer todavía joven. Son una familia sevillana de clase media. Como todas las familias de clase media en estos tiempos, no tiene apuros de dinero pero tampoco le sobra.

El fallecimiento se produjo en un hospital público de Sevilla. Este es el testimonio –a ratos indignado, a ratos dolorido, siempre conmovedor– de L. Sus palabras:

“Sucedió de noche, a altas horas. No teníamos experiencia en esto. Me sorprendió que al producirse el fallecimiento hubiera que arreglar tantos papeles.

Alguien del hospital nos indicó adónde dirigirnos para hacer las gestiones. Era dentro del complejo sanitario pero nos perdimos. Varias veces. No dábamos con el sitio. Llevábamos ocho horas allí. El desenlace de la enfermedad parecía incierto al principio, eso creíamos, pero luego no. Luego ocurrió. Aún está ocurriendo. Estábamos confusos. Nerviosos. Te sientes raro en una situación así.

Por fin dimos con la ubicación del servicio funeral. Era un habitáculo desangelado, sórdido, poco cuidado. Había una mesa con una especie de flexo o de lámpara fea que no dejaba como de crepitar. Y unas sillas tristes. Tras la mesa se sentaba un hombre con un traje que no era su talla. Fuera de la habitación, dos hombres discutían a voces, como si estuvieran en un bar. El hombre de la funeraria les pidió que hablaran más bajo. Se lo pidió gritando él también, sin moverse de su silla. Se callaron. Tal vez se fueron a un sitio más alejado a seguir dando voces.

Lo primero que hace el tipo del traje que no era de su talla es sacarnos el catálogo de los féretros. No nos da precios, nos lo enseña, pasa páginas y más páginas. Nosotros queremos acabar con aquello cuanto antes. Elegimos uno de gama media, aunque al final parece que era carillo.

Luego nos habló de las flores. Los precios eran disparatados. Nos quedamos con un ramo de rosas blancas y dos coronas, pero él insistía en dorarnos el género, que lo pensáramos bien, que luego la gente se arrepentía…

Y luego la urna. Queríamos la más barata, estaba todo hablado con ella. Nos daba igual cómo fuera la maldita urna, pero él insistía con su catálogo ya un poco ajado, que si ésta era reciclable, que si ésta era no sé cuantos, que la de brillo gustaba mucho, que con este color es algo más cara pero compensa. Me estaba encendiendo. Le insistimos en que buscábamos una cosa sencilla, ¡joder!, una urna básica.

Queríamos despachar rápido aquel trance, pero el vendedor de urnas y féretros no parecía darse cuenta. Nos ofreció ‘arreglarla’, esa fue la palabra que usó, para así exponerla en el ataúd abierto y que todos pudieran despedirse de ella. Y nosotros, que no. El cuerpo me pedía pelea, pero no era el momento. Ahora no, L., ahora no. Le dijimos que nada de maquillaje. Y él venga a insistir, miren que muchas familias luego se arrepienten, pero entonces ya es tarde y no se puede hacer nada. Yo me exalté, no mucho, solo un poco. El ataúd se cierra y ya está, ¿vale? Él dejó el tema, pero aún tuvo el cuajo de proponernos un servicio de canapés para el velatorio. ¡¡¡No!!!

Todo el servicio se privatiza cuando una persona fallece. ¿Por qué no es un servicio público? Vale dinero sacarte del hospital, llevarte hasta el tanatorio, cuesta dinero el tanatorio, aunque te regalan, eso sí, tres o cuatro plazas de parking por unas horas, cuesta el traslado hasta el lugar de incineración, cuesta la incineración… En total cerca de 7.000 euros.

Aun así, él decía que era más barato de lo habitual porque una parte del precio estaba subvencionada. Eso me contó cuando le pregunté qué pasaba si alguien no tenía 7.000 euros. Me explicó que para esos casos había un servicio público municipal, pero que el ayuntamiento se cercioraba muy bien de que ninguno de los familiares directos tuviese dinero para costear el entierro.

Debió ser entonces cuando me embalé. Le dije que qué listos eran, que habían privatizado la muerte y que el suyo era un oficio triste, pero que con la pasta que ganaban valía la pena. Él aguantó el chaparrón”.