La legislatura andaluza ha entrado en modo preelectoral, con Vox sentado ante el cuadro de mandos donde se halla el botón nuclear: si decide apretarlo, el viaje de la aeronave ‘San Telmo 18’ tendrá los días contados. La órbita y la trayectoria son cosa del comandante Moreno; la duración del viaje, del polizón Abascal.

A la vuelta de unas semanas asistiremos a la gran prueba de fuego: la tramitación de la Ley de Presupuestos (LP) de 2022, cuya gran novedad será la inclusión de importantes partidas de gasto e inversión provenientes de los cuantiosos fondos europeos Next Generation (NG). Problema: que sin LP no hay NG.

Si Abascal no da su visto bueno a las cuentas autonómicas, Moreno tendrá la razón de peso que él no ha buscado pero que necesita para detener los motores y convocar nuevas elecciones sin que los votantes lo castiguen por ello. Los adelantos electorales injustificados se pagan a un precio muy alto; los justificados suelen salir gratis.

Coalición, fusión, absorción

Tanto el presidente Moreno como su estado mayor han dejado bien claro que quieren elecciones cuando toca, a finales de 2022, y que si hubiera que adelantar sería por culpa de Vox y solo de Vox: el argumento es, además de eficaz, irrebatible porque tiene la virtud –rara en política– de ser verdadero.

En ese estado mayor ocupa un lugar de honor el vicepresidente y líder de Cs Juan Marín, aunque su poder real sea el propio de un consejero más, no de un vicepresidente con jerarquía efectiva sobre el resto de consejeros, una tarea reservada al consejero de Presidencia y portavoz Elías Bendodo.

Aunque sigue vistiendo el uniforme naranja, Marín está enrolado desde hace tiempo como oficial de infantería en el ejército azul, cuyo comandante en jefe es Moreno y su mariscal de campo, Bendodo.

Marín y Cs no son hoy ideológicamente irrelevantes en el Gobierno de Moreno. La única voz naranja que de vez en cuando suena con acento propio en el Ejecutivo es la de la consejera de Igualdad Rocío Ruiz, pero su peso orgánico en Cs es tan poco significativo que se diría que cuando, pongamos por caso, desafía a Vox lo hace más en nombre propio que en nombre de Cs.

Si el Gobierno de coalición de España que forman PSOE y Unidas Podemos es demasiado de coalición, como lo es el catalán de ERC y Junts, el andaluz de coalición de PP y Cs lo es demasiado poco. Es más un Gobierno de fusión o incluso de absorción que propiamente de coalición. En él, PP y Cs son indistinguibles. Es difícil identificar iniciativas o proyectos específicos de Cs: todo lo hecho y por hacer parece ser obra de Moreno.

La paradoja de esa situación de debilidad extrema de Cs, en principio tan favorable al PP, es que éste necesita a toda costa que Cs no se estrelle en las próximas elecciones autonómicas. Es crucial que el partido de Juan Marín obtenga el puñado de parlamentarios que libre a Moreno de quedar a expensas de Vox.

Según las encuestas, el PP va a necesitar de nuevo a Vox para gobernar, pero no es lo mismo necesitarlo al cien por cien que al treinta o el cuarenta por ciento: por eso es tan importante para Moreno salvar al soldado Juan, a lo cual ayuda, por cierto, bastante el gasto publicitario escandalosamente generoso del Gobierno andaluz en medios de comunicación.

Preferiría no hacerlo

Hasta donde cabe concluir –pues saber, propiamente saber, nadie sabe nada salvo el presidente–, Moreno prefiere agotar la legislatura: demostraría con ello que es un político fiable y que su apuesta por la estabilidad no ha sido en vano.

Por la estabilidad y por la moderación: a fin de cuentas, uno de los éxitos estratégicos del PP durante su primer mandato es haber logrado que pase desapercibido el hecho de que gobierna Andalucía gracias a la extrema derecha.

El anverso de ese triunfo del PP es el fracaso de Vox, que no ha conseguido imprimir a la legislatura un marchamo lo suficientemente ultra para satisfacer las ansias de revancha y tabla rasa de su electorado. No es improbable que una parte ese mismo electorado regrese a la casa común del PP cuando haya que votar de nuevo.

Se diría que Abascal y los suyos, tan proclives ellos a incendiar redes sociales y mostrar pectorales falangistas, han pecado de pardillos: el 2-D les entregó la llave que abría las puertas del poder pero solo han sabido utilizarla para abrírselas al PP. De hecho, durante los ya casi tres años de mandato conservador, las calles han estado vacías de protestas y movilizaciones ‘contra el fascismo’, lo que no habría sucedido con un Vox ejerciendo más de Vox.

Aparte de la división de la izquierda, la debilidad de los sindicatos y el dinero llegado del Gobierno de España por la pandemia, el mérito de esa quietud callejera hay que atribuírselo principalmente a Moreno, que desde el primer momento renunció a imponer políticas ideológicamente agresivas que pudieran asustar a las clases bajas, inquietar a las clases medias y soliviantar a las izquierdas propiciando su movilización bajo el grito unánime de ¡¡¡os lo dijimos: viene la derecha!!!

Si es exacto el aserto según el cual las elecciones rara vez las gana la oposición sino que casi siempre las pierde el Gobierno, la izquierda lo tiene complicado para desalojar a Moreno. Tan complicado como lo tiene el propio general Moreno para salvar al soldado Juan.