Ya conocemos que cuando un partido político rectifica debe poner tanto cuidado en acertar con su rectificación como en simular que no la ha habido. Pedro Sánchez no va a admitir que ha rectificado su estrategia de negociación con Podemos para formar gobierno, pero para la mayoría de observadores es obvio que sí lo ha hecho: el presidente ya no rechaza dar entrada en su Gabinete a ministros morados. Todavía no se sabe a ciencia cierta cómo de morados, pero morados al fin.

Ha debido entender la dirección socialista que una parte muy significativa de los votantes de la izquierda no entendería ni le perdonaría al PSOE una nueva convocatoria de elecciones por una razón tan peregrina como la de si hay o no hay ministros de Podemos en el Ejecutivo. Tampoco se lo perdonarían a Podemos, pero en este negocio de la gobernabilidad tiene más responsabilidad quien más responsabilidad tiene.

¿Tiene buenos motivos el presidente para no querer ministros morados en su Consejo de Ministros? Los tiene, obviamente. Tantos como Pablo Iglesias para lo contrario. En ambos casos se mezclan razones buenas y malas, confesables e inconfesables. Sobre el papel, para el presidente es más cómodo y conlleva muchísimos menos no tener ministros morados; todo lo contrario que para Iglesias. Aun así, repitámoslo con cierto énfasis: eso es sobre el papel.

Yo, Pedro

Arrastrado por Pedro Sánchez, el Partido Socialista se equivocó en diciembre de 2015 al negarse a una abstención en la investidura de Mariano Rajoy que 10 meses después había multiplicado exponencialmente su precio y abierto en canal al partido. En este extraño verano de 2019 y arrastrado de nuevo por un Sánchez ahora sin contrapesos internos, el PSOE se ha equivocado a negarse de entrada –y sin garantía alguna de poder mantener su negativa– a compartir el Gobierno con el único partido que está dispuesto a hacer presidente a Pedro.

Se ha equivocado no porque no tenga buenas razones –estatales, territoriales, gubernamentales, electorales, funcionales…– para hacerlo, sino porque su imprudente ‘no es no’ ha multiplicado el precio político de la exigencia de Podemos, que ahora es para el PSOE muchísimo más alto de lo que era hace solo unas semanas.

Yo, Pablo

Y, por si tal precio no fuera ya suficientemente elevado, la artera y sorpresiva consulta –marca de la casa– planteada por Iglesias a la militancia morada hará todavía más oneroso ese precio para las exhaustas arcas socialistas, aunque también para las del propio Pablo, según se desprende de la airadísima reacción de la líder andaluza Teresa Rodríguez.

Con la marrullera consulta a las bases, Pablo parece haber querido matar dos pájaros de un tiro: obligar a Pedro a bajarse de su obtuso ‘no es no’ y blindar el poder del secretario general dentro de Podemos. Incluso en el caso de ganar ambas apuestas, esa consulta a uña de caballo da la razón a quienes están convencidos de que Iglesias no es un tipo de fiar.

El riesgo de las peteneras

Lo decisivo no es tanto si hay ministros de Podemos en el Gobierno como qué firman, qué hacen, qué dicen, a qué se comprometen y cómo se comportan en la gestión del pacto que habrían de firmar ambos partidos. Los temas de desacuerdo entre el PSOE y Podemos son graves y muy serios, pero su número es limitado y, por tanto, no es imposible acotarlos y fijar cuál será la posición del Gobierno en la gestión de los mismos.

Cuando Pedro Sánchez pregunta si Podemos estaría en un Gobierno que aplicara el 155, basta con que Iglesias conteste que sí y que ante tal eventualidad, al igual que ante una sentencia condenatoria de los políticos independentistas, se comportaría con lealtad al Consejo y al presidente. Nada impide, por lo demás, que todo ello se plasme en el acuerdo y lo haga con un lenguaje que no resulte ofensivo para ninguna de las partes.

Ciertamente, los ministros morados podrían salirle al presidente por peteneras y desencadenar antes que después una crisis de gobierno. Pero es que en ese caso Sánchez podría dar por roto el pacto y convocar unas elecciones a las que Podemos acudiría marcado por el estigma de una deslealtad de efectos ruinosos para su futuro.

Ecos del pasado

El grito de alarma que cruza el país de punta a punta ante la eventualidad de que haya ministros de Podemos en el Gobierno guarda grandes parecidos con aquel otro de ‘¡que viene la derecha!’, esgrimido machaconamente por el PSOE en las campañas electorales del 93 y del 96. En la primera le dio resultado y a punto estuvo de dárselo en la segunda, cuando el PP de José María Aznar venció al PSOE de Felipe González por solo 300.000 votos.

Con buen criterio y mejor olfato, en esa primera legislatura Aznar puso todo su empeño en desmentir la sobreactuada alarma socialista. Y lo consiguió. El PP practicó políticas moderadas que, eso sí, cuatro años después, ya con mayoría absoluta, tiraría sin contemplaciones al cubo de la basura de la historia.

El Aznar templado del 96 no fue el Aznar épico de 2000, pero este último fue posible gracias a aquel y gracias también a la crisis en barrena en que entró en Partido Socialista tras perder el poder que había ostentado durante 14 años.

El filo de las espadas

Nada hace madurar tanto a una fuerza política como gobernar. De hecho, sucede que suele madurar demasiado, tanto que se vuelve remolona en la aplicación de sus principios y acaba sucumbiendo al conocido síndrome que acecha a todo político y que quizá nadie ha descrito tan atinadamente como Rafael Sánchez Ferlosio: “El cuidado por conservar el filo de las espadas suplantó todo cuidado por lo que tales espadas juraron defender”.

Piensan Sánchez y su dirección federal que dar entrada a Podemos en el Gobierno compromete no tanto lo que las espadas socialistas han jurado defender como el filo mismo de sus aceros, dado que un Ejecutivo de coalición resta poder al partido mayoritario. 

Puede que se trate de un juicio poco meditado, es decir, de un prejuicio, y puede que acierten, pero no les queda más remedio que arriesgarse a comprobarlo, pues Iglesias no se va a bajar de esa burra a la que el sí de la militancia a la consulta lanzará a todo galope y sin riendas ya para frenarla.

Donde dije Diego

Suponer que Podemos va a hacer y decir en el Gobierno las mismas cosas que hacía y decía en la oposición, es mucho suponer: recordemos que el partido morado –como Pedro Sánchez y el Partido Socialista, por cierto–, incluso estando todavía en la oposición, ya no dice las mismas cosas que decía ayer estando también en ella. Ni siquiera es preciso apelar al nombre de Errejón para demostrarlo: basta con apelar al de Iglesias.

Aunque muchos miembros de la nomenclatura de uno y otro partido preferirían otra cosa, el PSOE necesita que lo empujen un poco más a la izquierda y Podemos necesita que lo empujen un poco más a la derecha.

Desde el que sería el primer Gobierno español de coalición de las izquierdas desde la restauración democrática, ambos podrían expiar no pocos pecados de sus dirigentes, contentar no pocas aspiraciones de sus electores y desactivar no pocas alarmas y temores de sus adversarios.