Pregunta uno: ¿pueden los jefes de la izquierda de la izquierda (Irene y Pablo, tanto monta) comprarse un chalé de seiscientos mil pavos?  La respuesta es: claramente no.

Pregunta dos: ¿puede el innombrable chalé ser la causa de la causa de la vuelta de la izquierda de la izquierda al desierto electoral  donde solía y a la repetición de las elecciones generales? La respuesta es: claramente sí.

Estaba mi altocargo en aquellos años triunfando en Madrid, saludaba a los cosmopaletos locales como uno más, iba y venía por los anchos pasillos de los hoteles de ejecutivos cuando la maldita crisis empezó a morder al sistema. Desaparecieron los billetes de quinientos, no se veían por parte alguna los brotes verdes, Solbes se había quitado de en medio, en fin, todas las hostias eran para Zapatero, que, como aquel personaje de Chaves Nogales, estaba allí.

Las madrugadas de la Plaza de Neptuno se llenaban de asambleas de genuinos/as del 15M y mi altocargo los observaba con nostalgias de las suyas (compañeros, somos de periodismo y venimos a informar del asesinato de Arturo Ruiz) y curiosidad. Aunque no era fácil seguir el hilo de los discursos, estaba siendo testigo desde el balcón de su hotel de un espectáculo para la historia: las calles volvían a estar repletas de pelos enmarañados y de ideas luminosas.

Una noche, mordido por la memoria de su vieja rebeldía, abandonó el balcón y se unió a la asamblea con su traje y su corbata como prendas visibles de su mala conciencia y siguió los debates con la esperanza de encontrar algo más que hermosas palabras y rechazos frontales al orden establecido. Se volvió al hotel con la misma  desazón que no ha dejado de percibir cada vez que se acerca al mundo Podemos: ni soy casta ni voy a renegar de la transición, se dijo, desanudándose la corbata.

A la irresistible ascensión le siguió la previsible caída, divisiones, purgas, deserciones, esto es, la historia de siempre de la izquierda de la izquierda, la fracción de la fracción, la superioridad moral, la culpa de los otros y del sorpasso imposible al declive previsible.

Comunistas, anticapitalistas, anarquistas, nacionalistas, independentistas, sociatas cabreados, un gazpacho bastante indigesto e imposible de gestionar en las plazas de toros y en internet (una oxímoron muy español) con preguntas teledirigidamente parvularias, seguramente la segunda pregunta más estúpida de la restauración democrática desde aquel galimatías de la Ucedé para el referéndum de Andalucía.

Muy mal se tienen que poner las cosas para que no vayamos a las urnas a la vuelta del verano y el gran Tezanos se convierta otra vez en el centro demoscópico de todos los titulares, con el bipartidismo de vuelta, esto es, Rivera resucita a Casado e Iglesias le regala a Sánchez una amplia mayoría.

Mi altocargo luce una sonrisa burlona en sus ojos. Siempre siempre le molestó mucho mucho la insistencia del podemismo ilustrado en convertir la transición en una pantomima entre la derecha franquista y la izquierdita cobarde. Como si todo aquel sufrimiento sólo hubiera sido un recurso del guión de la historia.

Ya está crecidito para solazarse pero todavía recuerda con cierta inquietud  aquellas asambleas de madrugada en la plaza de Neptuno en las que Utopía estaba de vuelta. A pesar de Roldán y de Bárcenas, la transición tiene su pulso, me dice. Pero, y no es un recurso literario, Cristinita, al 15-M se lo ha cargado un chalé de seiscientos mil euros.